16 | El arte de ser predecible.

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16 | El arte de ser predecible.


—Si te hago una pregunta, ¿vas a decirme la verdad?

Es la dulce vocecita de Tom lo que consigue sacarme de mi ensimismamiento. Tratando de volver a centrarme, sacudo la cabeza, pero no soy capaz de apartar la mirada del chico castaño al que llevo observando prácticamente desde que llegué.

Noah está unos metros por delante de nosotros, parado frente a uno de los grandes espejos que cubren las paredes del estudio. Trata de seguir los pasos que su compañera de baile, una chica de pelo oscuro que se ha presentado como Karinna, realiza con suma elegancia. La música que suena por los altavoces es suave y melódica, aunque el volumen está lo suficientemente reducido como para que pueda escuchar contar a la chica en voz alta.

Tras ver cómo él se acerca para cogerla de la cintura, desvío la vista y me centro en el pequeño.

—Dime.

—¿Eres la novia de mi hermano? —inquiere, de repente.

Inevitablemente, suelto una risita nerviosa. Supongo a que se debe a lo absurda que me parece su pregunta.

—No, claro que no.

—Pero te gusta.

—¿Qué?

—No dejas de mirarle —argumenta, como si eso fuera prueba suficiente. Voy a discrepar, pero añade—: Cuando seas su novia, ¿me regalarás un guarda-pelotas?

—Ponte a hacer los deberes, Tom.

Ante esto, el niño niega con la cabeza, lo que me hace soltar un suspiro. Estamos sentados en la parte baja de las escaleras que conducen al estudio, de forma que Noah y su pareja de baile quedan de espaldas a nosotros. No puedo quejarme del sitio, pues me ofrece una generosa perspectiva de toda la sala. Veo las barras que hay al fondo de la habitación y distingo cómo la luz se refleja sobre la madera que cubre el suelo. Sin embargo, hace rato que me muero de ganas de irme de aquí.

Quizás se deba al hecho de que soy una niñera desastrosa, que se desespera porque Tom continúa reacio a ponerse a trabajar en sus tareas del colegio, o tal vez sea todo culpa del hormigón que conforma los escalones y hace que se me congele el trasero; pero daría lo que fuera por poder largarme de una vez. Llevo aquí sentada casi una hora, sin moverme, mientras ellos danzan por toda la habitación.

Y, para qué negarlo, la realidad es que me siento una intrusa.

Cuando Noah me pidió que viniese a verle ensayar, con la excusa de que necesitaba a alguien que cuidase de su hermano pequeño, creí que estaríamos solos. O que vendría mucha más gente. Supongo que debí suponer que Karinna era la única que también estaba invitada. No puedo quejarme de ella, no obstante: es una chica muy amable que me sonríe cada vez que cruzamos miradas, pero hace que considere que mi presencia aquí es irrelevante.

Todavía me pregunto por qué Noah ha insistido tanto en que me quedase con Tom en este sitio. Podría habérmelo llevado al parque o haber esperado fuera con él, en el pasillo, hasta que terminasen sus ensayos.

Cualquier cosa me habría aburrido menos que esto.

—Por favor —vuelve a insistir el pequeño—. Es que de verdad que necesito uno.

Enarco las cejas en su dirección. Tiene un gran cuaderno abierto sobre los muslos pero, en vez de escribir, se dedica a pintarrajear las esquinas.

—¿Para qué diablos quieres tú un guarda-pelotas?

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora