23 | La habitación de Noah Carter.
No puedo dejar de pensar en el beso.
El recuerdo lleva persiguiéndome desde el sábado por la madrugada. Han pasado más de dos días, y todavía noto cómo los nervios me recorren el estómago cada vez que la imagen de sus labios se me pasa por la cabeza. Entonces siento felicidad y euforia, aunque también vergüenza, porque aquella noche estaba tan acelerada que seguramente el beso fue mucho más desastroso de lo que recuerdo. De hecho, me atrevería a decir que moví la boca como si fuese una aspiradora en modo succión.
Pero ese no es el punto.
De todas formas, dudo que Noah lo haya notado.
Prefiero auto-convencerme de que así es.
El caso es que estoy asustada, como siempre que el chico bailarín hace avanzar nuestra relación. Damos pasos cortos, como si fuéramos de puntillas, pero cada movimiento me cala más hondo y últimamente pienso en lo mucho que, llegados a este punto, me dolería volver atrás. Noah ha cumplido más de la mitad de la lista: doce puntos en total, y ha conseguido que la segunda regla deje de molestarnos. Entre tanto, yo llevo todo el fin de semana esperando a que venga explicarme qué se supone que somos ahora.
Doy por hecho que los dos somos unos cobardes en ese sentido, pues tampoco me he atrevido a preguntárselo.
—A veces odio que seas tan responsable.
—Cállate.
Ruedo los ojos, aunque me estoy riendo. A juzgar por el tono desganado con el que me responde, debo de estar sacándole de quicio. Pero es culpa suya. No sé en qué diablos estaba pensando cuando me pidió que viniese a ayudarle a estudiar, cuando ambos sabemos que solo sirvo para entorpecer la cultura. Tonta de mí, acepté creyendo que Noah estaba poniéndome una excusa para invitarme e intentar aclarar las cosas.
Después de media hora, descubrí que en realidad su único propósito sí que era estudiar.
Ahora la situación es tremendamente surrealista. Estoy tumbada sobre su cama, jugueteando con la espiral metálica de uno de sus cuadernos, mientras que él ha preferido sentarse en el suelo. Tiene la cabeza apoyada contra el lateral del colchón y el libro de economía abierto sobre las rodillas. Desde donde me encuentro, puedo apreciar contundentemente todos los detalles de su rostro. Lo que más me gusta es que Noah está demasiado perdido en sus apuntes como para notar que lo estoy observando, por lo que ni siquiera me molesto en disimular.
Hoy no va en pijama, pero casi: de hecho, podríamos decir que viste como quien tiene pensando no salir de casa en todo el día. Antes me ha explicado por qué no tiene que ir esta tarde a entrenar, aunque me he perdido a mitad de la historia. Últimamente mi concentración se tambalea si él está cerca. Los recuerdos del sábado me invaden cada vez que le miro la boca, y admito que el hecho de que estemos a solas en su habitación me complica todavía más las cosas. Ni siquiera sé cómo Noah parece tan sereno.
¿Tanto le gusta la economía?
Como sea. El caso es que yo también me he propuesto actuar como si no estuviese muriéndome de nervios siempre que estamos juntos. Aunque me resulte difícil, debo hacerlo si quiero mantener mi dignidad. Por eso no me he quejado cuando se ha levantado para cerrar la puerta del cuarto, con la excusa de que Matthew estaba pululando por la casa.
A ver, no es que me apetezca ver a mi exnovio ahora mismo, pero tampoco era necesario que nos encerrásemos aquí, ¿verdad? Podría haberme puesto de espaldas al pasillo o algo así. Todo es cuestión de buscar soluciones. Alternativas. Cualquier cosa que no haga estallar mi corazón como si fuera una bomba de relojería, gracias.
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Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍAS
RomanceDurante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí escribir la lista: veinte puntos disparatados en los que resumí todo lo que un chico tendría que hacer para enamorarme. La terminé con la c...