18 | Un puñado de ilusiones.

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18 | Un puñado de ilusiones.


—¿Cómo te has enterado?

Eso es lo primero y lo único que se me ocurre preguntarle. La decepción se intensifica en los ojos de Noah, que sigue parado frente a mí, con un brazo apoyado sobre el marco de la puerta. Me doy cuenta demasiado tarde de que acabo de confirmar sus sospechas, pues no he negado absolutamente nada.

Y, a juzgar por lo que me transmite su mirada, él tenía la esperanza de que lo hiciera. De que le dijese que no era verdad. Pero no podría mentirle aunque quisiera. No porque me conozca demasiado bien, sino porque no me siento con fuerzas para hacerlo.

Sus ojos continúan observándome, aunque no media palabra alguna. Llego a la conclusión de que está a punto de pedirme que me vaya a casa, ahorrándose el contestar a mi pregunta, pues es eso lo que haría cualquier persona en su lugar; no obstante, Noah vuelve a recordarme que tiene una manera de actuar que se diferencia del resto. Tras soltar un suspiro, me hace un gesto para que le siga al interior de la casa.

Con las piernas temblorosas, lo hago. Juntos cruzamos el umbral, él se detiene para cerrar la puerta y después se dirige hacia la que supongo que será la sala de estar. A diferencia de la última vez que vine, aquella en la que me engañó ingeniosamente para que le ayudase a cocinar pizza, hoy un silencio sepulcral reina en la vivienda. Trago saliva. Mi estómago se retuerce por los nervios, y ahora eso me resulta más desagradable que nunca.

Efectivamente, el chico bailarín no deja de caminar hasta que llegamos a una habitación espaciosa, amueblada con dos sofás, un par de estanterías y una televisión de plasma. Toda la estancia está llena de cajas de cartón, lo que me hace temer que haya una mudanza en marcha. Noah rodea uno de los sillones para sentarse y señala algo que hay sobre la mesita de café.

Se me seca la boca en cuanto comprendo de qué se trata. Es un álbum de recuerdos.

—Debiste de ser importante para él. No suele guardar fotografías de sus exnovias.

No paso por alto la amargura con la que pronuncia esas palabras. Entonces, se inclina y abre aquel dichoso libro por una página al azar. Yo me acerco con lentitud, porque temo lo que pueda encontrarme, y pronto mis ojos se topan con dos fotografías que consiguen revolverme el estómago.

En ambas aparecemos Matthew y yo.

Una de ellas fue tomada el día de mi decimoquinto cumpleaños. Hay una gran tarta en el centro de la instantánea, aunque pasa desapercibida junto a las expresiones de felicidad tenemos en nuestros rostros. Yo estoy subida a su espalda, rodeándole el cuello con los brazos, mientras él se ríe a carcajadas. De solo recordar todo lo que vino después de eso ya me entran arcadas.

Por desgracia, no hay forma de huir de todo lo que pasó. De repente, mis ojos decaen sobre la segunda fotografía, que me resulta mucho más difícil de digerir.

Porque nos estamos besando.

De repente, la ansiedad me rodea, penetra en mi piel y hace que me entren ganas de vomitar. El estupor empieza a volverse insoportable. Como no puedo soportarlo más, acabo cediendo a mis impulsos. Cierro el álbum con tanta fuerza que me falta poco para atravesar la mesa.

—¿De dónde diablos ha salido esto?

Noah se estremece ante la desesperación que transmito con mis palabras. Sin embargo, consigue recomponerse con rapidez y señala una de las cajas.

—Matthew va a quedarse aquí durante un par de meses más. Mi madre le dijo que podía traerse todo lo que quisiera. Lo encontré mientras le ayudaba a desempacar. —Entonces, baja la mirada—. Él no sabe que te lo he enseñado, si es eso lo que te preocupa.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora