28 | Tienes mucho que perder.

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28 | Tienes mucho que perder.

Hace tiempo que dejé de creer en los finales felices. Supongo que se debe a la experiencia, que me ha hecho aborrecerlos. Estoy acostumbrada a que todas mis relaciones acaben siendo un desastre. Me pasó con el primer chico con el que salí, cuyo nombre prefiero no recordar; y las desgracias fueron repitiéndose hasta llegar a Matthew. Fue entonces cuando me prometí a mí misma que no volvería a dejar que nadie jugase conmigo.

Como no podía ser de otra manera, fallé.

Ahora todo es una mierda y me cuesta dejar de darle vueltas al asunto. No dejo de torturarme porque sé que, en el fondo, sospechaba que este momento llegaría. Debería haber sido mucho más precavida. Noah Carter era demasiado bueno para ser real. Lo supe desde que hablamos por primera vez. Es de esas personas que te llevan a la cima y te sueltan una vez que estás arriba. Y entonces caes. Hasta lo más hondo.

No hay forma de prepararse para un aterrizaje como ese.

Hagas lo que hagas, sigue doliendo.

«Si eso es lo crees, mejor no me busques».

Aparto la mirada de la ventana y suelto un bufido. En la parte delantera de la clase, el profesor Williams continúa con su monólogo acerca de los materiales más utilizados en la construcción. Ha llenado la pizarra de nombres en mayúsculas y definiciones que quizá debería haber copiado en mi cuaderno. Pienso en que luego le pediré los apuntes a alguien; sin embargo, cuando miro alrededor, me cercioro de que mis compañeros tampoco parecen estar haciéndole caso. De nuevo, nuestro querido profesor de tecnología está hablando para las paredes.

Supongo que nos pondrá a todos un suspenso colectivo.

Me trago un quejido. ¿Por qué diablos decidí cogerme esta asignatura optativa?

—Psssss.

Pego un respingo. Alguien acaba de clavarme un bolígrafo en la espalda. Frunzo el ceño, me recoloco en la silla para que me deje en paz y trato de prestar atención a la clase. No obstante, el sujeto continúa dándome golpecitos hasta que consigue sacarme de quicio. Miro disimuladamente por encima del hombro, dispuesta a pedirle que pare de una vez.

Agachado, con la barbilla apoyada sobre su mesa, Cody Jones me regala entonces una sonrisa.

—Abril —insiste, en un susurro.

—¿Qué quieres?

—¿Me dejas una hoja de tu libreta?

Subo las cejas.

—No me digas que estás cogiendo apuntes.

Aunque lo que en realidad quiero decir es: «vas a arruinarnos el suspenso colectivo».

No obstante, el chico sacude la cabeza. Tiene el pelo anaranjado y lleno de rizos, y unos ojos verdes que brillan ahora que está sonriendo. Para mis adentros, le doy a mi hermanastro toda la razón. No me extraña que esté loco por él.

Si Cody no fuera gay, a mí también me gustaría.

—La verdad es que no —responde, y de inmediato añade—: Tengo pensado utilizarla para recoger firmas. Quiero hacerle una propuesta al director y necesito el apoyo de los estudiantes.

Recuesto la espalda contra la ventana, que está fría, para poder mirarle mejor. Esto es mucho más interesante que hablar acerca del cemento y el hormigón.

—¿Qué propuesta, exactamente?

—¿Me prometes que lo guardarás en secreto?

Aunque sé que quizá no es para tanto, ahora tengo mucha curiosidad. Decido decirle que sí, y Cody me obliga a estrechar mi dedo meñique con el suyo. Acaba contagiándome la sonrisa. Tras fingir pensárselo durante unos segundos, se inclina —aún más— sobre el pupitre y murmura:

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora