29 | Volver a casa.
Cuando llegamos a casa, Jason está tan mareado que corre al baño a vomitar.
Me ha costado tanto traerlo hasta aquí que ahora estoy agotada. En estos momentos, lo único que me apetece es dormir hasta que desaparezcan todos mis problemas. Sin embargo, acabo siguiéndolo porque necesito asegurarme de que está bien. He descubierto que le tiene pánico a la sangre, y eso es prácticamente lo único que ha visto desde que salimos del instituto. Así que la situación es complicada.
Tratando de no ver más de lo necesario —no quiero que me entren nauseas a mí también—, le acaricio la espalda con suavidad para consolarlo. Jason se inclina sobre la taza del retrete, estornuda y enseguida vuelve a salirle sangre de la nariz. Suelto una maldición por lo bajo. Lo que nos faltaba.
—Creo que no voy a llegar vivo a la cena —farfulla, antes de dejarse caer sobre el suelo del baño. Apoya la cabeza sobre el lateral del inodoro.
—No seas dramático —bufo, e intento que se ponga de pie. Cuando lo consigo, hago que se recline sobre el lavabo, con la cabeza hacia abajo. Siguiendo mis indicaciones, Jason se lleva los dedos índice y pulgar a la nariz. Le pido que apriete hasta que se corte la hemorragia. Afianzo mi agarre entorno a su cuello y me esfuerzo por dejar la mente en blanco.
Prefiero no pensar en cómo aprendí a hacer esto.
Los minutos pasan con lentitud. No permito que Jason se aparte del lavamanos hasta que estoy segura de que la sangre ha dejado de salir. Entonces, dejo que se siente sobre la taza del váter. Está pálido debido al mareo, y tiene heridas por toda la cara y la nariz enrojecida. Además, se le está poniendo un ojo morado. Verlo de esta manera me revuelve el estómago.
Matthew es un monstruo.
—Necesitas hielo para eso —digo, y mi hermanastro asiente con la cabeza, distraído. Apenas tardo unos segundos en ir a la cocina y coger lo primero que encuentro, que resulta ser una bolsa de almejas congeladas. En otra ocasión, quizá Jason habría hecho alguna broma al respecto; pero hoy no tiene fuerzas ni para meterse conmigo. Acaba colocándosela sobre el párpado sin decir nada.
Lo siguiente que hago es ponerme a rebuscar en los armarios del baño, hasta que doy con un paquete de algodones y una botellita de alcohol desinfectante. El pulso me tiembla mientras preparo todo lo que necesito para curarle esas heridas. Me hubiera gustado haber dejado a Jason en la enfermería, pero sé que Wesley tomó la decisión correcta al no llevarlo allí: está mucho más seguro aquí que en el instituto.
Conoce a mi exnovio tan bien como yo, y ambos sabemos que Matthew habría ido en busca de Jason, hubiera o no adultos delante.
Aprieto los dientes. Ojalá se pudra en un reformatorio.
—Si mi madre me viera ahora mismo, seguro que creería que me merezco lo que me ha pasado. —Le escucho decir de repente, y el corazón se me resquebraja porque sospecho a qué se refiere—. Sigue sin aceptar que me gusten los chicos.
—No digas tonterías —respondo, e intento convencernos a los dos de que está equivocado. Jason sube un hombro, aunque no añade nada más. Su rostro se transforma en una mueca cuando presiono, con ayuda del algodón, la herida que tiene en la ceja. Suelto una risita mientras me disculpo, y él rueda los ojos.
—Gracias. Por no callarte —me dice, tras unos segundos en silencio. Casi parece que le cueste arrancarse esas palabras de la garganta—. Cualquiera hubiera preferido mantenerse al margen. Matthew asusta a todo el mundo. Pero tú fuiste capaz de plantarle cara, solo para salvarme el pellejo. Gracias.
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Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍAS
RomanceDurante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí escribir la lista: veinte puntos disparatados en los que resumí todo lo que un chico tendría que hacer para enamorarme. La terminé con la c...