Capítulo 3

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Capítulo 3

LEYENDA

Luci veía las pequeñas gotas de rocío que se habían formado en la ventana del auto, a medida que pasaban por el frondoso bosque que llevaba al Instituto. Un suspiro de frustración y aburrimiento se escapó de sus labios y provocó que, aquella parte del vidrio, cercana a su boca, se empañara; haciendo desaparecer momentáneamente el rastro de agua que había dejado una gotita que seguramente ya se habría evaporado o caído. Dalia estaba casi igual que ella: aburrida y con fuertes dolores en las manos y en la espalda. Se enderezó, sin embargo aquello solo calmó el dolor unos segundos.

El camino había estado lejos de terminar cuando entraron por el portal de la montaña. Además, el viaje se había ralentizado. Aunque no lo pareciera, para un grupo de demonios —o de ángeles— era realmente difícil atravesar aquel camino en medio del bosque, o mejor dicho, en medio de aquel  bosque. La velocidad tenía que reducirse drásticamente al entrar allí, ya que un cambio muy notable en la tranquilidad del ambiente —como ocurre al pasar rápidamente por allí en auto— podría tener graves consecuencias.

Mystic Town no era una ciudad normal, en todo sentido. No habían casas ni construcciones— a excepción del Instituto— sino, bosque. Simplemente, bosque. A pesar de que el nombre de aquel lugar cambiaba después de algunas décadas, la palabra "ciudad" siempre estaba en ellos, como una especie de recordatorio o conmemoración a las primeras comunidades mágicas —principalmente de hadas— que habían vivido allí antes de aquel lugar cambiara y se convirtiera en un refugio para toda criatura sobrenatural que deseara estar allí.

El bosque estaba dividido en comunidades, separadas por límites que acordaban y eran establecidos por el rey o la reina de la determinada especie de criatura. Por ejemplo, el sector más oscuro del bosque, que era también el más pequeño, le pertenecía a los duendes y el más iluminado, pertenecía a las hadas.

Luci se apartó de la ventana y se dejó caer en el asiento. Estiró un poco las piernas y se cruzó de brazos, con la esperanza de poder generar un poco más de calor. En ese momento se arrepentía de haberle cambiado el lugar a Izzy, necesitaba recostarse con urgencia y el asiento trasero era, también, el más calentito. Se estiró un poco y miró hacia atrás. Izzy seguía durmiendo. Había dormido ya unas cuantas horas y el descanso había comenzado a hacer efecto. Sus ojeras habían desaparecido, su piel había recuperado color y también estaba más brillante.

De repente, involuntariamente, Luci y Dalia se balancearon hacia adelante. Esta última había frenado el auto. Luci se giró hacia ella, ¿por qué había frenado, si aún no habían llegado?

—¿Qué ocurre, Dal? —le preguntó—. Falta poco, pero aún no hemos llegado.

Dalia tenía la vista fija en el camino. Algo le molestaba, la forma en la que frunció el seño se lo dijo.

—Mira allí —dijo, señalando algo en el camino—. ¿Lo ves? Hay algo entre los árboles.

Definitivamente no se equivocaba. Entre los árboles y arbustos había algo. Algo metálico, pintado de distinto tonos verdes que tenían la finalidad de engañar a cualquier persona que lo viera. No les tomó mucho tiempo averiguar que era: un jeep 4x4.

—Sí, lo veo. ¿Un jeep, verdad? —Dalia asintió—. Pero... no entiendo, ¿qué te preocupa?

Dalia la miró como si estuviera loca, como si no viera algo obvio. Miró otra vez al frente, para intentar ver aquello que molestaba a Dalia. Pero, a pesar de sus esfuerzos por verlo, no lo hizo. Se volvió hacia ella y negó lentamente la cabeza.

La Hija del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora