Paz

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Pasaron nueve meses desde que saliera del hospital, me encontraba de nuevo en mi casa, estar allí me llenaba de malos recuerdos, ya no la sentía mía…pero era todo lo que tenía; la casa y un montón de odio en mi interior. Ese odio era el motor que me impulsaba a seguir viviendo.

Laura había comenzado a visitarme con regularidad, supongo que su sucia conciencia no la dejaba en paz. No imaginaba el desprecio que sentía por ella y tampoco dejaba que lo supiera, era mejor así…para las dos. Sabía que también visitaba asiduamente a Marcos en la prisión, era patético saber que seguía viendo al hombre que quiso matarla, pero allí estaban; intentando ser una pareja nueva, perdonándose mutuamente ¡hipócritas!¡malditos! yo no los perdonaba, no los perdonaré nunca…

Una mañana fría y lluviosa Laura tocó a mi puerta, estaba parada con su estúpida sonrisa y su mirada de compasión como si acaso le importara un poco todo lo que yo sufría.  ¿Acaso pensaba que con su caridad expiaba sus culpas? En verdad no se qué pasaba por su mente, pero si se que cada día la odiaba más y más.

Se había recogido el cabello y un pañuelo le cubría la cabeza, le sonreí y la hice pasar. Tomamos un café casi sin mediar palabra alguna, me senté frente a ella y la observé: vi el peso de la culpa en su mirada que descendió hacia la mesa – perdón- fue todo lo que dijo mientras ponía su mano sobre la mía. Retiré mi mano con brusquedad y cuando noté la sorpresa en su rostro, intenté revertir la situación, no quería que se diera cuenta cuánto la odiaba, no quería que adivinara lo que pasaba por mi mente.

Recogí las tazas y las lavé, tomé con cuidado un cuchillo del cajón y lo oculté bajo mi ropa. Ella no debía sospechar nada. Todo pasó muy rápido, abrirle el cuello me había resultado más simple de lo que hubiera imaginado. Mientras la sangre le brotaba de la herida, me miraba con terror, como preguntándome ¿por qué?

Comenzó a desvanecerse y mientras caía intentó aferrarse a mis piernas, di un paso atrás y solo me quedé viéndola morir. Es extraño, pero no sentía nada, la veía allí y en lo único que pensaba era en cómo limpiaría todo ese desastre.

No sabía que las manchas de sangre eran tan difíciles de quitar. Iba a dejarla allí, pero el paso de las horas haría estragos en su cuerpo, así que decidí arrastrarla hasta el baño de la planta baja y la metí en la bañera, cubriéndola con agua por completo.

Después de eso me puse el sobretodo y salí a caminar para despejarme, sentir la fina lluvia mojarme la cara era reconfortante. Me sentía bien, había satisfecho parte de mi sed de venganza, pero aún quedaba un cabo suelto. Me quedé pensando por un momento los pasos a seguir ¿cómo podía llegar a Marcos? Eso no sería sencillo pero tenía que hacerlo. Cuando volví a casa me di cuenta que llevaba puesto el abrigo de Laura, eso me dio una idea ¿y si me hacía pasar por ella? Recordé que el día anterior ella me había contado que Marcos sería trasladado a otra prisión. Si era así, tenía una chance de lograr mi cometido y hacerme pasar por su esposa ¿y adivinen qué? lo logré.

 Allí no conocían la apariencia de su mujer, por lo que fue sencillo decir que yo era la esposa de Marcos. No imaginan la emoción que sentía al recorrer esos largos corredores, ni siquiera me importó pasar por todas las revisiones policiales, esperar puerta tras puerta…era como un laberinto interminable pero al final hallaría al monstruo, y cual héroe, lo libraría de su prisión.

Recorrí los interminables pasillos junto al policía que me guiaba, sumida en mis pensamientos, en mis deseos. Llevaba puesto el abrigo de Laura y su pañuelo en mi cabeza – tiene una hora- dijo a secas el uniformado, le sonreí amablemente y entré. Me sobresalté ante el golpe de la puerta que se cerraba tras de mí. Otro guardia me esperaba del lado contrario, este al menos me sonrió y fue amable. Me condujo hasta la celda donde los internos recibían sus visitas conyugales y allí, mientras habría la puerta, me repitió que disponía de una hora. Le agradecí y entré.

Él estaba recostado, fumando un cigarrillo y palideció al verme. No le dije ni una palabra, solo me quité el abrigo, el pañuelo y me senté a su lado sonriendo.

-Clara… ¿por qué has venido?

-¿Acaso no puedo visitar a un viejo amigo? – Él no respondió, comprendía que estaba siendo irónica – pensé que me extrañarías después de todo lo que pasamos juntos Marcos. Su rostro no podía palidecer más, gotas de sudor comenzaban a formarse en su frente.

-Tranquilo, solo vine porque extrañaba tu calor, tus manos recorriendo mis senos…mi cuerpo ¿lo recordás? Quiero ser tuya de nuevo- le susurré el oído, mientras tomaba su mano y la llevaba bajo mi falda. Tragó saliva pesadamente, percibí su respiración acelerándose y aproveché el momento para continuar. Su mano impaciente me recorría por completo. Desprendí mi blusa y lo dejé hundir su rostro allí, estaba completamente excitado. Con voz entrecortada me dijo que siempre me había deseado, desde la primera vez que me viera – yo también- le respondí. Al oírme decir eso se detuvo repentinamente y buscó en mis ojos algún rastro de mentira, pero mi lengua recorriéndole la barbilla hasta los labios, lo sacó de toda duda.

Lo tiré sobre la cama y me deshice de toda la ropa, la suya y la mía. Noté que le gustaba ser dominado y aproveché eso para seguir con mi plan.

-Voy a vendarte los ojos- le dije sin consultarle. Tomé el pañuelo que traía antes en mi cabeza y se lo puse alrededor de los ojos y con el cinturón del abrigo le até las manos a la cabecera de la cama. Se mordió los labios de impaciencia, se retorcía de deseo, estaba tan vulnerable…eso me gustaba mucho. Me levanté y me preguntó a dónde iba, para tranquilizarlo le dije que solo buscaría un condón en mi cartera. La tomé y la abrí, solo había en su interior un lápiz labial rojo, mi color favorito, una billetera atiborrada de papeles inservibles y una agenda; o al menos esas cosas, eran las que habían visto los policías al revisarla. Como la cartera estaba casi vacía no se detuvieron en ella. Rasgué el forro que cubría su interior donde había ocultado un bisturí envuelto en algodón para que no fuera fácil hallarlo en caso de que revisaran cautelosamente.

-¿Qué hacés?- me preguntó impaciente.

-Shh tranquilo…ya estoy con vos- le dije mientras me subía sobre su pelvis. Froté mi cuerpo contra el suyo y eso lo enloqueció, me incliné sobre su rostro y lo besé apasionadamente en tanto que el frío metal se incrustaba en su garganta. El calor del rojo líquido me inundó el pecho, escurría por mis senos y me salpicaba el rostro con cada nueva embestida. Una de mis manos aprisionó luego su boca, los gritos se ahogaban, luchaban por salir hasta que dejó de quejarse, solo dio un profundo respiro y lo vi temblar. Rojas burbujas salían de su boca y un fino hilo carmín descendía por su rostro. Estaba hecho, el monstruo había sido finalmente derrotado.

Tomé el abrigo y me lo puse, en mi mano aún sostenía el bisturí cubierto de sangre. Golpeé la puerta y el policía me abrió, no reparé en su rostro al verme cubierta de sangre; solo caminé como sumida en un sueño, casi sonámbula. El frío del piso me calaba los huesos, yo caminaba lentamente hacia la siguiente puerta con los ojos cerrados visualizando el rostro de mis hijos sonrientes, felices, tan inocentes.

No oí la voz del guardia pidiendo que me detuviera, no quería detenerme cuando ya estaba tan cerca de ellos, no oí los disparos…ya no oía nada más, mis manos se extendían hacia ellos…ya casi podía tocarlos, ya pronto estaría con ellos como se los había prometido.

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora