Julio Cherenkov

72 1 0
                                    

Siquiera recordaba las palabras que lo habían llevado hasta allí. Mientras estás amarrado a un poste, con la espalda desgarrada gracias a una vara de membrillo, no parecía ser el momento óptimo para recordarlas.

Quizás así era mejor, seguro que si se acordaba le daba por repetirlas. Julio Cherenkov era así, con una mentalidad algo suicida, pese a que la idea de morir no lo atraía en lo más mínimo.

Pero su amo al parecer no estaba de acuerdo en eso de que no muriese, porque sentía la espalda en carne viva.

— ¿Volverás a hablar sin mi permiso, Julio? —Y otro azote.

Dolía de una forma atroz, era incapaz de contener los gritos, y las lágrimas caían por sus mejillas, sólo porque se las habían arrancado a la fuerza, no necesariamente por estar llorando.

Al notar de nuevo la vara contra su piel negó con la cabeza.

Le había ganado, su fuerza de voluntad poco y nada servía contra aquel hombre al que pertenecía. Pudo sentir como los hilillos de sangre bajaban por sus piernas hasta llegar al suelo que antes estuvo inmaculado.

«Quien limpie esto tendrá que esforzarse mucho» pensó, con algo similar al humor. ¿Se estaba volviendo loco?

—Te doy permiso para que lo digas, ¡Respóndeme, Cherenkov! —gritó. Uno, dos, tres.

La sangre salpicó más lejos.

El pilar no lo sostuvo, y quedó colgando por completo de las cadenas, las piernas le fallaron.

— ¡No lo haré, señor, no lo haré! —la frase fue apenas entendible entre sus aullidos de dolor, pero su amo se mostró satisfecho.

Limpió la varilla con los harapos que al inicio del día habían sido la camiseta de Julio.

—Recuerda limpiar el suelo antes de que salgas... puede que no seas el único castigado hoy —su sonrisa desdentada hizo que un escalofrío recorriera la espalda del esclavo. Y sólo pudo preguntarse a si mismo como podía permitir que ese anciano lo golpeara como le diera la gana.

Patético.

Crónicas de SiberchimaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora