VII

12 1 0
                                    

O no. De hecho, todo se torcía y su plan fue un asco.

Alexandra lo notó cuando, en lugar de ponerlos con los otros esclavos, los separaron y llevaron aparte. Excepto a Julio. A él lo pusieron con los demás.

Por suerte, tuvieron el tiempo suficiente para planear algo nuevo entre susurros, código morse y lenguaje de señas. Tenía fallas, por supuesto, pero en dos minutos no había nada mejor.

Max ahora pataleaba con más ganas que antes, escapándose por segundos para ser capturado de inmediato. Iris caminaba, sin dejarse arrastrar, pero quejándose a viva voz de que le arrugaban la ropa y la despeinaban —aunque ya lo estaba, desde que la conocía—. Nikolai era llevado sobre el hombro de uno de los esclavistas, aún dormido por el anterior intento de controlarlo de Alexandra, que no se sentía muy culpable, debido a que no hubiese servido de nada despierto.

Quería apuñalar al imbécil que la tomaba de un sólo brazo, no porque la dañaría, sino porque no la estaba tomando en serio. Debía usar su escaso autocontrol. Si al menos pudiera verse menos agresiva y más indignada, como Iris, era posible la dejaran caminar por si misma, pero se le hacía imposible porque "maldita sea, quería apuñalarlos". Y la falda de su bonito vestido casi nuevo se ensuciaba con el barro sobre el que la hacían caminar, molestándola más aún. En cualquier segundo explotaba, como una bomba de tiempo, en un tornado de sangre. O eso se decía para consolarse.

Los estaban llevando por un estrecho pasillo que se hacía entre unos toldos y caballos. ¿Quién usaba caballos, por dios? ¡Ni que fuera el siglo veintidós!

Nikolai comenzó a moverse, y al abrir los ojos por poco grita. Dos veces: una por la altura y otra porque alguien lo llevaba a quién sabe dónde.

—Si te caes te vas romper la cabeza contra el piso —quien lo sostenía hizo el ademán de dejarlo caer, para reír por la reacción del rubio—. Y como fuiste gratis, no le molestará que mueras.

Cerró la boca como si la tuviera cosida.

Sería una larga noche.


Viktor vio como unos guardias se llevaban a los nobles, y, al toparse su mirada con la de uno de ellos, bajó los ojos a sus zapatos, culpable con la pizca de alegría que sintió al ver que esos, que se creían tan buenos e importantes como para ir al mercado de esclavos sin llevar guardaespaldas, eran tomados para servir a otros.

Hubieron gritos y golpes, y hasta desmayos, pero terminaron por llevarse a los blancos. Al que ya era un esclavo lo pusieron junto al mismísimo Viktor, porque su experiencia con la nobleza lo hacían tener el mismo precio que un campesino pálido.

Ambos estaban hasta atrás del grupo, donde sólo podían verlos los clientes adinerados.

—Me llamo Julio —se había presentado, cuando estuvo a su lado—. ¿Y tú-? ¡TUERESELCASIATROPELLADO!—lo último fue, literalmente, una sola palabra.

Quién los custodiaba los empujó con una vara. El recién llegado hizo una mueca, como si la visión del palo lo horrorizara.

—No hablen —ordenó, y ninguno se quejó.

Pero en menos de cinco minutos Julio se removió e intentó susurrar un: —Y ¿Qué haces aquí?

Viktor no respondió, no quería problemas, estaba esperando que alguien se lo llevara, para así poder estar en otra etapa de su vida —aunque fuese una que de seguro sería horrible—.

Psssst, pssssst —el idiota a su lado no se callaba, y por eso recibió un ligero golpe en la nuca, él también, por si acaso.

Julio rodó los ojos ante lo aburrido que era su nuevo compañero, y llevó su mano al pequeño relieve en la piel de su antebrazo. Apretó hasta que oyó un ligero 'clic', acompañado de una punzada de dolor que fue acompañada por el alivio de la sustancia que liberaba.

Crónicas de SiberchimaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora