Treinta

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Anulaste los centímetros que quedaban libres entre nuestros rostros.

Juntaste tus labios sobre los míos, con la presión perfecta para lograr estremecerme.

Mi boca agradeció tu suave contacto.

Mi sentidos alerta, se encendieron cuando me aprisionaste más contra los casilleros.

Mi corazón se desbocó cuando intensificaste el beso y tu lengua conoció a la mía.

Pero de repente, mis ojos se abrieron, y mi respiración se atascó cuando la imagen se esfumó.

Lo había sentido tan real, lo había creído tan cierto.

Mi alma deseaba tanto que pasara que tuvo que imaginarlo cuando no ocurrió.

Cuando lo que de verdad había sucedido, es que me rodeaste con tus brazos. Me tomaste por la cintura sin ninguna delicadeza, fue un abrazo contundente.

De esos que se dan en las despedidas, y que logran encogerte el corazón

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De esos que se dan en las despedidas, y que logran encogerte el corazón.

Sentí tus manos apretando mi espalda de tal forma que parecías querer fundirte conmigo. Y no hice más que devolverte el abrazo con la misma fuerza.

Podía notar tu pulso acelerado contra mi pecho y tu aliento en mi cuello.

Suspiré pesadamente y recién entonces caí en la cuenta de que ni siquiera ese abrazo lograba calmar mis ganas de besarte.

Había pensado que ibas a hacerlo, no sé porque fui tan inepta.

—Colorada... —Tu voz retumbó sobre mí enviando leves cosquillas por mi oreja y trayendo a mi mente otra vez  a la realidad.

—Eres una gran mujer... una de las mejores que conozco. No necesitas a alguien como yo. La vida es corta para malgastarla con personas que te producen dolor. Demasiado corta.

Lamento no ser como ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora