4.

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Según nos vamos alejando de la casa, mi mente va teniendo consciencia de que estamos los dos solos, Ingrid y yo, sin nadie más en muchos kilómetros a la redonda. Y en contra de todo pronóstico, no me incomoda su presencia, más bien me turba y provoca en mí un torbellino de sentimientos contradictorios que luchan entre sí. No sé si a ella le habrá molestado que su padre la ofreciera voluntaria para llevarme a casa sin preguntarla si quiera, pero a pesar de pudiera estar llevándome a casa a disgusto; me alegro de que esté ocurriendo.

Los asientos del 4x4 son amplios y extremadamente cómodos, así que me recuesto un poco en mi asiento y me limito a observar todo cuanto hay a mi alrededor. El paisaje no varía demasiado de una zona a otra de la montaña, mire donde mire se ven árboles enormes y verdes, todo tipo de vegetación, picos de otras montañas a lo lejos, y ese precioso cielo azul que tanto me cautiva. Pero el exterior del coche para mí ahora mismo es secundario, no puedo dejar de mirar disimuladamente a Ingrid. "Es guapísima" - Musito para mis adentros mientras observo como le cae en un rizo rebelde algún mechón de su moreno y liso pelo sobre los hombros. Sus ojos negros están concentrados en la carretera, pero la forma en que instintivamente se muerde el labio inferior demuestra que ella también está incómoda.

Alarga su brazo y pone en el coche la radio a un volumen que dispersa cualquier intento de mantener con ella alguna conversación. De vez en cuando noto que me mira de reojo pero en cuanto la devuelvo la mirada furtiva, rápidamente vuelve a dirigir su atención a algún punto de la carretera. Me inquieta el hecho de que no me moleste estar a solas con Ingrid, y a la vez me obliga a construir una muralla de piedra en torno a mi corazón. Sé a ciencia cierta que no puedo permitirme ningún tipo de confidencialidad con nadie, ni mucho menos enamorarme. "Ya que la chica está perdiendo su tiempo en llevarme a casa, lo más educado por mi parte sería mantener con ella una conversación" - Pienso, pero hasta a mí me suena a escusa barata; sé que realmente es mi instinto, y no la razón, lo que me va a empujar a hablarle.

    - Esto... - Digo mientras carraspeo para llamar su atención - Muchas gracias por traerme a casa, estoy seguro que tendrías otros planes más importantes para esta tarde que pasarla conmigo llevándome hasta la otra cara de la montaña.

    - No te preocupes, sé que no podrías llegar de otro modo, a mis amigos les puedo ver cualquier día - Me contestó con una preciosa sonrisa - Además, estoy deseando ver el antiguo albergue de Gracia, y nunca he visto el bosque con tanta profundidad.

Me limito a sonreír y a tararear la canción que acaba de salir en la radio. Me muero por seguir charlando con ella, y de paso aprovechar para poder mirarla directamente, pero no puedo permitirme el lujo de conocer a nadie. Cada vez hago la muralla más alta y gruesa para asegurarme que Ingrid no pueda penetrarla, tengo que ser frío e implacable con las relaciones sentimentales. Por mi bien. Por su bien.

Pasa el tiempo como a cámara lenta, hasta que comienzo a reconocer el tramo de la calzada por el que estamos y, justo antes de la marquesina de madera, la velocidad del coche aminora y finalmente se detiene. 

    - Parece que ya hemos llegado - Se limita a decir mientras se desabrocha el cinturón y baja del coche directa a ayudarme a sentarme en la silla de ruedas - No tengo ni idea de cómo hacerlo, pero te prometo que hasta que no te deje dentro de tu casa yo no me voy de aquí - Comenta con una sonrisa dulce y segura que le llega de lado a lado.

Se coloca detrás de mí y comienza a empujar la silla de ruedas a través del suelo húmedo y cubierto por todo tipo de ramas y piedras. A pesar de ayudarla con todas mis fuerzas a mover las ruedas, no podíamos avanzar ni medio metro cuando alguna piedra o algún trozo de madera obstaculizaba la rueda. No podría decir con seguridad cuánto tiempo estuvimos empujando hasta llegar a la cabaña, pero hubo algo en la actitud de Ingrid que me dejó asombrado. Durante todo el trayecto no la oí quejarse ni una vez, ni pararse a descansar, ni hacer ningún comentario que pudiera hacerme sentir como una carga para ella (aunque la impotencia de no poder valerme por mí mismo era algo que me estaba torturando por dentro).

Ya se ve el albergue, y no puedo creer lo que están viendo mis ojos... Cuatro escalones irregulares de madera están en frente de la puerta colocados de manera burlona esperando a que lleguemos. Sin mediar palabra noto como Ingrid poco a poco consigue levantar la silla y coronar los cuatro escalones sin ningún tipo de ayuda por mi parte. 

    - Ingrid... Me siento fatal porque hayas tenido que traerme hasta aquí, y te estoy muy agradecido. Sin ti no podría haberlo hecho - Le digo sinceramente mientras coloco mi mano suavemente en su antebrazo. Hay algo en mí que se estremece pero opto por ignorarlo - Por favor, pasa conmigo dentro y déjame que te invite a merendar. Si no, voy a acabar sientiéndome fatal. 

    - De acuerdo, la verdad es que tengo mucha curiosidad por ver el sitio en el que vives. Debe ser maravilloso para no querer alejarte de él ni un solo instante.

Mientras ella sube arriba a ver esa parte de la cabaña, yo me dispongo a preparar algo de merendar, pero la comida que me habían dado sus padres estaba en el coche y no iba a hacerla ir a por ello. Finalmente encuentro algo de pan de molde y varias de mis mermeladas caseras. Hago algo de té, tuesto el pan y lo coloco todo en una fuente, al rededor he puesto un poco de cada mermelada, así puede probarlas todas y el color variado le da un aspecto más apetecible a la humilde merienda que puedo ofrecerle. Cuando levanto la mirada para ir al porche con la bandeja sobre las piernas, veo a Ingrid mirándome por encima de un libro que finge ojear, y rápidamente vuelve a sumergirse en esa lectura tan interesante que parece que está teniendo. Pero está sujetando el libro boca abajo y tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para fingir que no me he dado cuenta en lugar de estallar en carcajadas.

    - Las mermeladas están buenísimas, ¿de qué marca son?. Hay alguna que no logro identificar de que sabor es... Es como si las frutas estuvieran mezcladas. - Me dice Ingrid con una mirada cara de curiosidad que parece hasta infantil, como si adivinar el sabor fuese un juego.

    - Las he hecho yo, y hay algunas que las hice a modo de experimento usando varias frutas para probar qué tal estarían - No sé por qué, pero en vez de estar orgulloso de lo bien que se me da la cocina, me da vergüenza que ella me halague.

Tras la merienda, estuvimos un rato charlando en el portal hasta que miré el reloj y le aconsejé que se fuese ahora que todavía era de día. No me gusta la idea de que se vuelva sola por la carretera de noche, además sé que pasar el tiempo en su compañía no me hace demasiado bien. Nos despedimos con un par de besos, y la veo perderse entre los árboles mientras me pregunto si realmente sería peligroso que pasara algo más de tiempo con ella. La respuesta no se hace esperar, y automáticamente me contesto que sí, que ningún tipo de relación podría ser beneficiosa para mí. 

Otra fila de piedras más se construye en mi muralla. Sólo espero que cuando llegue el momento, pueda resistir a lo que se le venga encima.


Ocultarse no es desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora