Atrapados PT.2

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La confianza de Miguel en Jeanine aumentó gracias a las ultimas palabras que dedico en el castillo. Ahora se encontraba bajando la misma torre, tal y como lo hacía esos últimos días, pero se sentía diferente. Normalmente se sentía tan seguro al bajar, recordando lo que acababa de pasar y esperando con esperanza la llegada de la siguiente noche, la siguiente experiencia. ¿Por qué no se sentía así ahora? Sabía que Jeanine lo ayudaría, aunque también tenía sus dudas. Volvió su cabeza para encarar al sol saliente del este, como hacía, pero ahora veía como el sol estaba casi llegando a su cumbre y el pueblo se apretujaba por la cantidad de gente que se encontraba en el. Casi tropieza por la sorpresa y su corazón se le acelero mas de lo que ya estaba.
Bajaron por fin ambos y Miguel se sorprendió al ver la movilidad que había controlado Jeanine para haber bajado con esa falda gigante que llevaba.
- Bien, escucha - dijo Jeanine mirándolo a los ojos - el pueblo esta totalmente lleno, hasta por los callejones mas oscuros y desolados, como sabes las fronteras están siempre custodiadas y... -
Mangel dejo de escuchar las cosas que ya sabía y comenzó a pensar. No recordaba ver el pueblo tan lleno ni en los domingos en la tarde, solo los días de fiestas grandes, como los matrimonios reales o los acuerdos con otras naciones eran las que causaban tanto revuelo, pero ¿quién sabrá? Quizá el porcentaje demográfico había subido en su exilio.
-... Y me tendrás que seguir por detrás todo el tiempo, ¿bien? Así, me verán a mi antes que a ti.
- Si, entiendo - dijo tranquilamente causando sorpresa en la chica. No parecía tenerle la confianza que Miguel Angel le tenía a ella. Lo entendía.
Comenzaron a caminar por los limites, hasta llegar a partes de callejones concurridos. Se podía oír a la gente gritando y a los niños jugando. El ambiente llenaba al intruso de nostalgia y de culpa, pero eran rápidamente apagados por el miedo de sentir pasos de guardias cerca de ellos.
Pasaron por detrás de las casas, debajo de pequeños puentes, atravesaron bodegas y una sola vez, pasaron por azoteas, en las cuales Jeanine hubiera caído si su compañero no la hubiera sostenido antes. Siempre evitando los caminos con gente, los caminos con fiesta, los caminos de la felicidad para pasar por los de la angustia y el miedo.
Por fin, escondidos en un corral abandonado, pudieron asomarse para ver el carro en el que iba a huir del pueblo. Mangel logró reconocer al hombre que lo estaba cargando, y se lleno de alivio al ver que era Alexander, el aprendiz del molinero. Para poder llegar hasta el, tenían que pasar una sola calle principal (que como todas) estaba llena de gente, así que tuvieron que permanecer escondidos hasta que estuvo vacía.
Mientras esperaban en silencio, la duda que Mangel llevaba desde un tiempo, logró salir de su boca.
- Y, Jeanine - dijo Mangel haciendo que la expresión de la chica se ampliara. - ¿Poh qué esta tan lleno todo el pueblo? -
Hubo un momento corto de silencio como si lo hubiera pensado, pero viendo la situación en la que estaban, no le importo el decirlo.
- Le iba a proponer matrimonio al príncipe esta mañana -
El corazón de Mangel se paró por un momento y sintió que ya no podía ver a la chica a los ojos. No por celos ni por asomo, envidia, era lastima; lastima de ver un corazón roto que había descubierto el secreto de un amante. Y siguió:
- Llegue temprano para darle... Bueno la sorpresa... - soltó una pequeña carcajada - Debes pensar que soy... - sus ojos se comenzaron a cristalizar. - Bueno... Lo siento, lo... Lo siento mucho. - Pero no soltó ni una lagrima-.
Mangel ya no la miraba pero miraba pensativo hacia el futuro donde la fiesta terminaba con la novia dejando de intentar proponérsele al rey, con la oportunidad de vida de la familia arruinada por un amorío que nunca debió pasar. En una historia de príncipe y princesa, dos pecadores luchando para arruinar la historia.
- Me parece que podemos salir - se escucho en el oído izquierdo de Mangel.
Reviso, sin embargo el también, y al estar seguro se preparo para salir primero.
- ¡Espera! - lo detuvo Jeanine - déjame ir delante, si nos ve alguien puedes correr detrás de mi y yo los puedo detener un momento - Mangel solo la miraba - ademas es posible que detrás de mi no lleguen a ver tu cara -
- Tieneh razón - termino diciendo el fugitivo.
Comenzaron a avanzar con determinación, pero con miedo.
Al ser una calle principal, había varias intersecciones en las cuales tuvieron que tener precauciones por miradas curiosas o posibles peatones.
El corazón de Miguel empezó a retumbarle, entonces, con fuerza: viendo la salida tan cerca, le asustaba y le emocionaba al mismo tiempo. Agachó la cabeza, apretando sus puños con la determinación para finalmente salir... Y chocó entonces con la espalda inmóvil de Jeanine.
- Vaya señorita que sorpresa - Escuchó Miguel Angel de una voz desconocida que había detenido a la chica, pero a el no le importaba, tenía que correr en ese mismo instante.
Una mano envolvió entonces su muñeca, impidiéndole su huida.
No... Simplemente no... Intento zafarse pero cuando analizaba lo que pasaba, ya tenía la cara y todo su cuerpo contra la pared. Su garganta se llenaba de lagrimas ahogadas de frustración.
- ¡Explíquese! - gritó la misma voz a la asustada Jeanine. Eran guardias reales.
- El ladrón... El... Estaba... Estaba yendo - balbuceaba, y se detuvo a tumbarse a descargar algunas lagrimas. Mangel veía toda la escena inmovilizado dolorosamente contra la pared, sin esperanzas, sin poder ahogar mas las lagrimas...
- ¿Entonces? ¡Hable usted! - le espetó el guardia con furia, pero al mismo tiempo, con victoria, por haber encontrado al único ladrón que había aterrorizado el pueblo. - O dígame - dijo suavizando su voz - ¿La han quizá amenazado? -
La cabeza de Jeanine se levantó rápidamente al escuchar la salida a esa situación. Cruzo una mirada asustada y desesperada con el ladrón y habló:
- Yo le estaba ayudando al caballero a huir, sin amenazas, ni obligaciones -
- Señorita... - dijo sorprendido el guardia.
- Esto es totalmente cierto y si piensas arrestar a mi compañero, me arrestarán a mi también, al ser igual de culpable - terminó, apretando sus manos contra su larga falda.
Los guardias intercambiaban miradas, preguntándose si se debía arrestar a una mujer en el día más feliz de su vida: el día de su compromiso.

Prohibido (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora