Capítulo 9

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Capítulo 9

Una vez mientras caminaba por la calle leí en un mural una de las frases más lindas que alguna vez encontré, y fue imposible sacarla de mi cabeza hasta hoy en día. Decía así: En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable.

Pasar el fin de semana en casa de Lilly fue agradable. Conocí a su familia, en especial a sus hermanos pequeños que me recordaron a David y Daniel cuando tenían sus edades.

Estuvimos una tarde en su casa del árbol, básicamente porque era uno de los pocos lugares en los que no entraban los dos mini diablillos.

Ir a ese lugar fue lo que necesitaba para despejar mi mente de todo el embrollo que estaba hecha, principalmente si memoraba lo ocurrido la semana pasada en el despacho del profesor.

—Creo que me estás ocultando algo —dijo Lilly después de terminar de pintar sus uñas.

—¿Algo como qué?

—Como... algo importante —insistió acercándose a mí—. Algo que estoy segura pasó en la semana.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Que has estado muy distraída últimamente.

La observé atenta y negué.

—Sigo siendo la misma de siempre.

Llevó su dedo índice a su mentón y me analizó con cuidado.

—Bueno, te creeré. Pero de todos modos, ¿por qué no has dejado de tocarte el cabello? Si sigues así, lo quemarás.

Apreté los labios viendo lo largo que estaba.

—Quiero cortarlo —confesé.

—¿Cortarlo? —La idea no le pareció tan descabellada—. ¿Hasta dónde?

Indiqué mis hombros.

—¡¿Es en serio?! ¡Eso sería extremo! ¡Más que eso! ¡Súper extremo!

Asentí mordiendo mi mejilla.

—Lo donaré.

—¿A quién?

—Peluquerías que fabrican pelucas para niños con cáncer.

Al parecer mi explicación la dejó pasmada.

—Eso es muy lindo, Amanda. —Sonrió—. Quizás sí te quede bien ese corte de cabello después de todo...

° ° °

Cuando era pequeña me gustaba salir al porche con mi padre y recostarnos en una hamaca mientras veíamos las estrellas. Mi madre solía hacernos palomitas de maíz y él les rociaba mantequilla. A mí no me gustaban así, pero no me quejaba porque me agradaba pasar tiempo a su lado. Nos quedábamos hasta las doce de la noche, hasta que algún bostezo mío lo alertara de lo tarde que era, y me decía: Es hora de ir a la cama, Amanda. Las estrellas esperarán por ti mañana también, y podremos seguir apreciándolas. A veces me dejaba un rato más ahí sin que mi madre lo notara, y otras veces hacía caso como una niña obediente y me iba a mi cuarto, cerraba los ojos e imaginaba que las estrellas me esperarían hasta la noche siguiente.

Aún sigo creyendo que me esperan y me cuidan, porque me gusta imaginar que mi padre se convirtió en una de ellas. También es por eso que me gusta verlas en las noches despejadas, y podría decir que me siento segura bajo ese manto de luces, de alguna manera. Creo que es lo que más extraño de él.

El sonar de la campanilla que colgaba de la puerta me desconcentró de la fantasía en que me sumergía cuando veía el cielo de noche. Había casi diez personas en el café, lo que era extraño considerándose que era lunes y al día siguiente todos debían volver a sus rutinas de trabajo.

Inolvidable ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora