Octavo Capítulo

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(Narra Chloe)

- Te amo, nana.- dije fuerte para que me escuchara.

- Yo más, gracias por esto.- susurró más tranquila.- Siempre me ayudas y no sé como agradecértelo.

Acallé un sollozó para que no me escuchara. Yo lloraba hace mucho tiempo ya, pero no quería que se diera cuenta, o se culparía a sí misma.

No podía controlarlo, su felicidad es mi felicidad.

- No hago nada que no harías por mí, solo cuídate, que tú estés bien es lo único que necesito.- le dije con sinceridad despidiéndome.

Rió entre lágrimas.

- Te amo, adiós.- susurré imitando el sonido de un beso.

- Adiós, nana, te adoro.- dijo y corté.

Tiré el celular a mi cama y suspiré. Sequé las lágrimas rápidamente sintiendo un vacío en mi corazón. Lo peor de todo era que no podía hacer nada para ayudarla, no podía abrazarla, no podía consolarla. Porque no estoy con ella.

Cubrí mi rostro con las manos frustrada. Quiero verla, conocerla de verdad, es lo que más quiero en el mundo.

Quien diría que Víctor iría tan lejos, nunca lo conocí, pero siento que lo odio con toda mi alma.

No, odiar es demasiado, es darle importancia. Y ese hombre es lo más insignificante del mundo.

Oliver y Daniel son los niños más hermosos, graciosos y traviesos del mundo. Sé que se me rompería el corazón si algo les pasara, pero lo mío sería incomparable con lo que pasaría con mi nana. Ella moriría sin ellos. Su madre moriría sin ellos.

- ¡Maldita sea!- grité parándome de golpe. De pronto, un dolor se incrustó en mi corazón. La idea de ella herida era algo insoportable.

El timbre fue lo que me salvo de inundar mis ojos con agua salada otra vez.

Eran casi las 4 de la tarde. ¿Quién sería?

Arrastré los pies hasta la puerta de mi gigante casa, mi castillo de cristal, mi prisión disfrazada de palacio. Completamente blanca y muy bien decorada.

Bufé al ver todas esas fotos familiares, con el brillante y elegante padre a la izquierda, la sonriente y dulce madre a la derecha, y en el centro, yo, la perfecta y obediente hija. Pura hipocresía y un gran talento artístico.

El timbre sonó de nuevo.

- Ya va.- mascullé exhausta. Vi por la mirilla de la puerta de madera y me sorprendí genuinamente al ver quién había llamado.

Abrí rápidamente y puse mi mejor cara de indiferencia.

- Samuel. ¡Qué grata sorpresa!- agudicé mi voz sarcástica. Él entrecerró sus ojos.

- Sabes que odio que me digas Samuel, Chole.- bufó enojado.- ¿Puedo pasar?- gruñó impaciente.

Que imbécil, ¿cree que lo dejaré pisar mi casa así nomás? En sus sueños.

- No, ¿qué quieres?- dije juntando la puerta tras de mí quedando yo afuera. Lo miré hacia arriba pues me llevaba un par de centímetros y me crucé de brazos.

Frunció el ceño y botó aire, parecía nervioso, algo que tal vez no había notado por seguir resentida con él.

- Vengo a explicarte todo, pero no puedo hacerlo aquí.- murmuró receloso, como si temiera que alguien lo escuchara. Entrecerré los ojos.

- Sam, dime qué pasa.- le exigí. Estaba muy extraño, él no solía ser miedoso ni nervioso, sino tranquilo y totalmente dueño de sus acciones. Me pregunto que lo hará ponerse así.

We are NANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora