Noveno Capítulo

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(Narrador Omnisciente)

Hace 3 días...

Daniel correteó por el patio en busca de su hermano mientras la profesora con cabellos dorados trataba de alcanzarlo sin éxito. El pequeño corría veloz sin detenerse.

- ¡Oliver! ¡Oliver!- gritó casi sin aliento en cuando lo encontró saliendo de su aula arrastrando su mochila.

- ¿Daniel?- preguntó haciendo un gracioso gesto de preocupación.- ¿Qué pasa?

El menor de ellos paró en seco y rió de felicidad.

- ¡Es papá, regresó!- chilló entusiasmado. Al mayor se le iluminaron sus oscuros ojos, era la mejor noticia que le habían dado en su corta vida.

Ambos sonrieron y corrieron hacia la salida frustrando a la maestra que al fin había conseguido alcanzarlos.

- Maldita la hora en la que elegí educación sobre leyes.- refunfuñó retomando su carrera para perseguir a los niños.

(...)

- ¡Papá!- gritó el pequeño tirándose a sus brazos.

Víctor es un hombre de unos cincuenta años y que claramente ya no podía ir cargando peso, sobretodo porque sus días de bebedor le estaban pasando la factura. Hizo una mueca de dolor pero aún así abrazó a su hijo fuertemente.

- Oliver...- susurró con lágrimas en los ojos. Ambos niños destellaban felicidad.- Daniel... Niños.

- ¿Dónde estuviste? Te extrañamos.- cuestionó el mayor con un deje triste en la voz. Víctor se agachó a su altura y lo colocó en el suelo con cuidado.

- Eso no es lo importante, campeón. Lo importante es que volví y esta vez no me iré jamás.- sonrió tratando de borrar esa mueca en sus hijos.- Ahora... ¿Quién quiere un helado?

Los gemelos estallaron en gritos de alegría. El hombre se incorporó y miro a la profesora que trataba de recuperar el aliento perdido por la carrera.

- Gracias.- le dijo sonriendo de lado.- Gracias por entregarme a mi hijos.

- No hay de qué. ¿Está seguro que la señora Torres está enterada en que usted recogerá a los niños?- preguntó con ingenuidad la joven.

Escuchar el apellido de soltera de su esposa le hizo rechinar los dientes.

Ya ajustarían cuentas.

- Es más, ella me lo pidió. Debe haber notado que hace tiempo no veía a mis niños.- sonrió alegremente.

La rubia solo asintió no muy convencida.

- Pero...- un bullicio y un llanto interrumpió sus preguntas.- ¡No, Lana suelta a la lagartija! ¡Alex, deja de molestar a Paula!

El hombre sonrió.

- Veo que está muy ocupada, creo que ya no deberíamos estorbarla más. Tenga un buen día, Srta. Saavedra.- saludó cortés Víctor.

- Igualmente, señor...- dijo nerviosa dejando de mirar a los niños desastre por un segundo.

- Gómez, señor Gómez .- sonrió antes de voltearse mientras tomaba a sus hijos de ambas manos y salía de la institución.

- ¡No, Matt no con la tijera para grandes! ¡Deja en paz la trenza de Rita!- fue lo último que escuchó el padre de Alexa antes de arrancar su auto hacia una heladería cercana.

(...)

Víctor aparcó el auto en frente de un edificio, un viejo amigo que le debía un favor se lo cedió por unos días al igual que el auto y un poco de dinero. No era muy moderno, pero la zona era relativamente segura. Lo más importante para él eran sus hijos y que estén a salvo.

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