Décimo capítulo

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(Narra Chloe)

- Chloe...- su voz se ahogaba en nerviosismo.- Quédate ahí y no salgas.

Mi cuerpo empezó a temblar sin previo aviso y se alejó de la puerta involuntariamente.
- Pase lo que pase, no salgas.- lo escuché susurrar. Lentos y sigilosos pasos se alejaron de mi puerta.

- Sam... No...- murmuré. Pero ya no me oía, de eso estaba segura.

No se escuchaba nada más que mi agitada respiración.

Me apresuré en busca de algún objeto con el cual defenderme, elegí una vieja y pesada lámpara guardada en el fondo del armario. Espero no haber hecho mucho ruido buscándola.

El ruido de un alboroto, gritos y cosas rompiéndose interrumpieron mis pensamientos. Genial.

Temblando me agaché y escondí debajo de la cama a la espera de Turner. Porque él era el único nombre que se me cruzaba por la mente.

El ruido de llantas chocando rápidamente con el asfalto me desconcertó. Me asomé por la ventana y pude ver dos adolescentes altos y fornidos saliendo de mi jardín. Ese auto era su transporte de huida. Uno era rubio tirando a castaño, cara de militar y piel clara. Tatué su cara en mi mente por si debía reconocerlo para la policía o algo así. El otro era de piel oscura pero no pude ver más. Ambos vestían jeans, camisetas negras, y zapatillas... Pero lo más importante, traían guantes.

Fruncí el ceño al no reconocer al conductor que tan apurado había llegado. Normalmente ese era Fernando, el mejor amigo de Turner, un corredor de autos en carreras clandestinas.

El chirrido del auto en marcha me sacó de mi mente. Esos no son los chicos de Turner. Ellos suelen ser mayores de edad.

Mi alivio se esfumó tan pronto se hizo presente. Si esos no son sus chicos... Deben ser los de Tyler.

- Sam.- dije con poca voz.- ¡Sam!- grité desesperada en busca de respuesta.

Corrí por el pasillo hasta la sala de estar. Puta vida, mi casa era un desastre.

- ¡Sam!- lo llamé pero no lo veía. Todo estaba patas arriba. La mesa de vidrio del salón rota, los cuadros en el suelo rotos, los sillones volteados y al menos dos estaban hechos mierda.

Mis padres me matarán.

"Sam puede estar muerto en este instante, literalmente hablando." Me reprochó mi conciencia y reaccioné rápidamente.

Llegué a ver la ventana por donde entraron. Era un punto ciego en mi sistema de vigilancia pero aún así era muy pequeña. Esos gorilas son gigantes, ¿Cómo mierda entraron por ahí?

- ¡Sam!- grité al verlo en el suelo detrás de uno de los sillones.

¿Está muerto?

No, muerto no les sirve. Me convencí nerviosa. No podía estar muerto, no después de discutir con él.

Maldito idiota.

Le busqué el pulso y estaba vivo como esperé. Pero debía tener un par de huesos rotos. Su boca sangraba y sus nudillos estaban algo heridos, casi ni pudo defenderse. Acaricié su mano tratando de no tocar la herida que se había formado.

Lágrimas salieron de mis ojos. Tomé mi celular del bolsillo trasero de mis shorts para llamar a la policía y una ambulancia. Es increíble lo estúpida que fui al no haberlo hecho cuando esos tipos aún estaban en la casa.

- Estarás bien.- le susurré antes de que una voz femenina me respondiera.

- Policía.

- Qui-quisiera reportar... Reportar una allanamiento de propiedad privada y una agresión a un menor... Necesito una ambulancia... Por favor.- dije temblorosa entre las lágrimas.

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