CHAPTER 12

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Desanimada en el mullido sofá‚ con pena expresada en sollozos que hacían eco en toda la habitación, inundada en sus más tristes recuerdos de su pasado: su estado de ánimo era lamentable.

¿Qué podía hacer? «Nada», se había mentalizado la joven de lamparines jades, y este pensamiento negativo parecía poseer vida propia, ya que su manifestación era constante como los ecos mentales

No había mucho que decir: ella era plenamente consciente de que no había manera de erradicar la maldición que la arrastraba a la miseria. Por ello, se resignaba a tanto, aunque muy en el fondo doliera.

Dolía sentirse tan sola, incomprendida y repudiada por tantos como si fuera una vil criminal. ¿Y si ella hizo algo muy malo en realidad? No pudo evitar lamentarse mientras miraba el suelo con desgana y profunda aflicción.

Muy distanciado de Amy, Lancelot emitió un gruñido, denotando claramente el desdén que sentía. «Eres débil y patética»‚ aseveraba él en silencio, sin hesitar de la veracidad ni del carácter hiriente en sus palabras. Pero no era consciente de que aquella eriza, pese a que sabía que era en vano, trataba de hallar la manera de afrontar las desventuras en el transcurso de sus días; hasta sentía que tanta congoja se acumulaba en el pecho.

Necesidad complicada le era encontrar la razón de existir y‚ lo más importante‚ de encontrarse con alguien que no la viera como alguien repudiable. Esa idea se alejaba cada vez más de su alcance. La sola idea de poder recibir un gesto de cariño, uno de parte de una persona que tuviese buena voluntad y un noble corazón, se estaba volviendo ahora algo inalcanzable para aquella joven.

¿Quién se atrevería siquiera a entablar una amena conversación con ella?

No deseaba nada más que algo que compañía, pero una que fuera mutua, de buena voluntad; no forzada.

Lancelot percibía los bajos sollozos de Amy con un serio semblante. Andaba ella con la mirada perdida en un punto del suelo. Pese a su estado, la de melena rosácea se negaba a dejar el sofá.

Con toda la grima que llevaba en su interior‚ un gruñido nació de su garganta. Desde una determinada distancia‚ el caballero azabache alzó un poco su mano en dirección a la eriza‚ sin ella darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Elevó la mano un poco más alto‚ a la vez que un aura escarlata rodeaba tenuemente a Amy.

Algo extraño le estaba ocurriendo: ya no estaba sintiendo el sofá‚ tampoco el suelo...

Jadeó al verse flotando. Lo más espeluznante de todo, es que en ese instante no podía moverse libremente. En cuanto se dio cuenta, fue muy tarde.

Dirigió la mirada hacía el caballero. «¿Hasta cuando soportaré vivir de esta manera?»‚ eran tantas las dificultades de la vida para ella...

Se veía obligada a aceptar su triste realidad: cada día ganaba una herida‚ un insulto cada vez más doloroso y justificable para ella, y un enemigo sin que ella lo pidiese; y cada día perdía motivos‚ oportunidades y sonrisas. Aquello era inevitable. Su vida era desastrosa.

El cierre lento de su mano enguantada de metal volviéndolo un puño daba señal de dar inicio a su tortura. Seguidamente, la presión de esa fuerza extraña sobre su cuerpo comenzó poco a poco a ocasionarle cierto grado de dolor físico.

Amy, en un intento por soportar aquella sensación, cerró sus ojos con fuerza. Aquella presión le arrancó un par de quejidos entrecortados.

Era un doloroso castigo.

My helpless Rose |Shadamy| [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora