CHAPTER 11

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Dormir no era una opción. Soñar no era una opción.

Una tras otra razón hizo mella en Amy para rehusarse a relajar su cuerpo y mente. Dejarse llevar por el aparente encanto de la noche era algo que estaba fuera de su control, que era nada más que un pasaje de ida sin retorno al abismo de las paronirias.

La joven yacía aturdida en sus pensamientos, cubierta con el cubrecama, con los ojos entrecerrados por momentos, pero tratando de permanecer despierta el mayor tiempo que estuviera a su alcance.

Los malos sueños, los tristes recuerdos no hacían más que atormentar su existencia y dejarla sin oportunidad de siquiera descansar.

Confusión, dolor, aflicción... ¿Tan mala persona había sido para merecer la peor de las maldiciones? ¿Tan mala había sido en una vida anterior para heredar una maldición? ¿Recibir el odio de todos, de todos sin excepción alguna? ¿Nada de amor de al menos una persona en el mundo?

Se sentía muy ajena, sea el lugar a donde fuera, desamparada a la suerte cual animal en las calles pasando las noches frías. No lograba conciliar el sueño, y esa era una lamentable normalidad para ella. Las noches eran muy malas; sentía que la luna también la trataba indiferente, hasta daba la impresión de imaginarla reírse de su desdicha junto a las estrellas.

No lograba comprender por qué seguía con vida después de tanto...

La ojijade observó a Lancelot en profundo silencio. Lo contempló dormitar en el sofá, y suspiró muy afligida poco después: creía ser una carga para él, y asumía tener ella misma la culpa de que él se comportara tan arisco con su propia presencia muy cerca de él.

La maldición no le permitía expresarse libremente‚ hasta en los sentimientos no podía; debía limitarse si deseaba evitar que los daños revivieran y los recibiera a la vez. Asumía ella misma que su mera presencia tan solo causaba problemas.

Lancelot, sin que Amy lo supiera, estaba al pendiente del hechizo que Rouge le impuso; pero eso no significaba que mantuviera la guardia baja: sus finos oídos le eran una prerrogativa en caso de captar cualquier ruido ocasionado por cualquier persona o‚ la más cercana‚ por Amy.

Amelia se puso a meditar por un momento‚ bajo un semblante preocupado, sumida en la duda.

¿Era buena idea hablarle? Con todo lo que había pasado, ¿podía ser capaz de hablarle?

Ahora parecía sentirse muy desorientada, pues trataba de ver qué hacer sin ocasionar más problemas de los que ya provocó: cada vez se daba cuenta de que se encontraba peor que sola.

Titubeante, se incorporó de la cama lentamente y en silencio, se dirigió al sofá como si estuviera por descubrir a un fantasma, teniendo cuidado de no despertar a Lancelot; acto seguido tomó asiento de la misma manera y permaneció a su lado.

Por desconocer casi todo acerca de entablar una amena conversación y de socializar, no supo cómo empezar, y se sintió tan tonta por no saber algo tan básico.

El de la armadura de plata abrió levemente un ojo y mirando de soslayo, pese a no verse a simple vista debido a la visera ocultando su mirada. Reparo en la presencia de la mortal, mas no le dio importancia y continuó en lo suyo, confiando en que ella no podría siquiera hablar con él.

La joven levantó su extremidad en silencio y cuidado hasta llegar a sus púas, quizás queriendo disipar sus dudas y satisfacer su ilimitada curiosidad; pero -al mismo tiempo y sin querer- estaba atentando contra la ira del caballero ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Y si llegaba a enfadarse por su osadía? Ella no aprendió (nunca se le enseñó) el respetó al espacio personal.

Este abrió sus ojos de golpe al sentir la suave y temblorosa caricia de una mano desnuda sobre sus púas, y miró de reojo a su derecha. La expresión de su acompañante reflejaba duda y remordimiento, como si estuviera debatiéndose entre cesar y continuar con sus intentos de mostrar afecto.

My helpless Rose |Shadamy| [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora