Mis manos paseaban lentamente por las notas. Ice Dance seguía su curso al igual que la música que sonaba en mis oídos. Cielos... Como añoraba que esa música fuera escuchada por quien de verdad debería ser escuchada... Necesitaba que él estuviera allí, que me dejara ver su rostro impasible. Sin embargo, si os contara lo que sentía, puede que no me creáis. Estaba allí, no sabía como, pero le sentía. El sentimiento de nostalgia se adueñó de mí en profundidad, y no fui capaz de retener una lágrima.
-Gabriel...- susurré sin escucharme a mí mismo.
Había pasado un mes y medio, un mes de dolor y sufrimiento. Pero aprendí tanto... Aprendí algo que en cualquier momento nunca hubiera aprendido en mi vida. Aunque al principio creía que volvería, sabía que me auto engañaba. Gabriel había formado y formaría parte de mí vida para siempre. Pero... Las casualidades existen. Yo nunca he creído en el destino, y haber creído que lo que le había ocurrido a Gabi había sido por ello, me hubiera hecho renunciar a todo. Era igual de injusto, pero al haber sido una casualidad como muchas otras me hizo pensar: «Si no hubiera sido a él, le hubiera ocurrido a cualquiera, ahora mismo, otras personas estarían sufriendo mi dolor.» Pero, como todo humano, se es egoísta, y se piensa que hubiera deseado que le hubiera ocurrido a otro. Sin embargo, eso me hacía sentir mal. Claro que me hacía sentir mal. Le había ocurrido a él al fin y al cabo, no le hubiera ocurrido a otro. Le hubiera o no ocurrido a él, punto.
Había empezado a leer su diario, lo leía cuando me sentía con fuerzas para hacerlo a sabiendas de que lo pasaría mal. Y luego, no tenía más remedio que derrumbarme. No había vuelto al cementerio desde ese día. A pesar de que fui lo bastante fuerte para estar allí y hablar e intentar decir lo que sentía, cuando volví a casa no recuerdo que ocurrió. Me metí en la cama y lloré sin cesar, quedándome con la garganta dolorida y la voz ronca.
Ese día iba a volver, tenía que hacerlo. A pesar de que hablaba al vacío con la esperanza de que me escuchase, ese lugar era distinto. Cuando le hablaba, normalmente lo hacía en mi habitación, mientras cogía sus cosas, o cuando sentía que podía tocar el piano. Pero aquel lugar... Era el único lugar que quedaba. Donde todos nos intentábamos deshaogar al fin y al cabo. Sólo había estado allí una vez, pero con esa vez... Sentí que estaba más cerca mía. No sé lo que fue, quizás sólo fuera mi imaginación. No era lo mismo que cuando le sentía en mi habitación, o en el entrenamiento.
-Señorito Riccardo, tiene visita- dijo Suzette cruzando la puerta de mi habitación, por suerte me quité los cascos a tiempo de oirla-. Su uniforme está preparado, y sus amigos le esperan en la entrada. ¿Quiere que le ayude a prepararse?
-No, Suzette, puedo hacerlo solo- le sonreí con fuerza-. Y, por favor, no me trates con tantas formalidades, mis padres no están.
-Oh, pero no puedo hacer eso, señorito Riccardo.
-Sí, puedes- le dije con otra sonrisa.
***
Me reuní con Arion y con Victor en la entrada de casa. Ambos iban juntos vestidos también con el uniforme del Raimon. Venían conmigo al instituto, querían ver mi graduación y la de los otros chicos de tercero del club de fútbol. Al llegar abajo, les sonreí y asentí antes de que saliéramos de camino al cementerio.
¿Quiénes eran ellos sino los mejores amigos que se puedan imaginar? Estaban ahí, y con eso bastaba. Sé que Sol también me brindaba su apoyo, pero a él creo que le resultaba muy difícil hablar de una muerte tras una enfermedad. Víctor y Arion eran un apoyo que, aunque me negaba a tenerlo, estaba ahí. Ese apoyo me ayudaba a pensar que valía la pena seguir intentando buscarme a mí mismo y cumplir mi promesa. Víctor era fuerte, sostenía su propio dolor, el de Arion, y el mío. Arion no lo llevaba muy bien, para nada bien. Arion se mostraba tan carismático y sencillo como siempre había sido. Pero estaba destrozado. No podía contenerse a llorar cuando hablábamos de Gabi, o cuando algo nos recordaba a él.
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Mon Amour | Inazuma Eleven
Fanfic•Fanfiction Inazuma Eleven/Yaoi• "Mon amour, palabras que hacían que mi corazón se desbocase. La felicidad era tan frágil como la persona que susurraba esas palabras en mi oído. Mi apoyo, por él podía seguir en pié cada día, la razón por l...