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¿Recuerdas El Llamado?

Seguramente no. Esto sólo sucedía en México y hace años que se tomaron acciones para que ya no ocurriese.

Algunos olvidaron, porque olvidar siempre es lo mejor. Otros se mudaron, lo más lejos posible para ya no escuchar.

Pero hay quienes seguimos aquí. Seguimos vigilando, asegurándonos de que los inocentes, los niños que deambulan alrededor y se consideran «valientes», no acudan y paguen un precio que no les corresponde a ellos.

En México, allá por los años 80s, tal vez desde un poco antes, comenzó la urbanización de zonas «sagradas», según la creencia popular. Esta urbanización se extendía hasta los camposantos (cementerios, para quien desconozca la palabra), construyendo y extendiéndose por sobre estos sin importar que se perturbase a las almas y los cuerpos de los difuntos; una buena cantidad de dinero desembolsada era usualmente lo necesario para calmar a los dolientes y a cualquier pariente que quisiera que se retirasen los restos del ser amado antes de que se construyese encima.

Cementerios fueron despojados de sus tierras para construir, en su gran mayoría, colonias sobre sus terrenos ricos en nutrientes gracias a los cadáveres que contenían y sus enormes árboles, que proporcionaban una sombra que más de una ciudad envidiaría.

Pero todo tiene un precio. SIEMPRE hay un precio cuando se decide vivir encima de quienes desean descansar en paz.

Cuando las colonias fueron terminadas y habitadas, sin que se supiese que aún había quienes descansaban debajo de sus suelos, las apariciones y los problemas comenzaron.

A diferencia de Estados Unidos, lo común de una casa mexicana es que carezca de sótano. Bastante conveniente, ya que de lo contrario en muchas partes se llevarían más de una desagradable sorpresa.

Sonidos de muebles moviéndose cuando estos continúan en su sitio; bolsas de canicas (antiguos juguetes que los niños de hoy desconocen) rodando por los techos de las viviendas. Incluso en mi secundaria, en el techo del segundo piso de varios salones, un día se escuchó con estruendo el sonido de pupitres siendo arrastrados para ser cambiados de ubicación. Sonará ridículo para los lectores, pero los profesores en común mencionaron que «los del tercer piso estaban siendo muy ruidosos»... hasta que un compañero presente les recordó que el edificio en donde nos encontrábamos sólo contaba con dos pisos, no tres.

De nuevo, por más inverosímil que pueda sonar, así tal cual sucedió.

Cosas así no se olvidan fácil.

Pero El Llamado... El Llamado fue lo más terrible que la urbanización del país nos trajo.

¿Nunca se han preguntado, quienes viven en México, por qué en ciertas zonas donde hay cementerios construyen una primaria a un lado?

Los demonios que deambulan siempre desean sacrificios. Mientras más jóvenes y crédulos, mejor. Y no hay nada más frecuente en un país como el nuestro, que la desaparición de un infante en la primaria.

¿Tampoco se han preguntado por qué los antiguos «foros» (escenarios de cemento) en donde se hacían las presentaciones infantiles siempre tenían un sótano? En un país en el cual los sótanos son cosa rara... ¿por qué los escenarios tenían sótano? La excusa popular fue: «es un espacio para guardar los mesabancos rotos y objetos que ya no se utilizan».

Todos sabemos que los bancos y demás utilidades sin función en las escuelas eran recogidos cada fin de semana. Incluso, había un cuartito acondicionado como bodega para ello. Entonces, ¿cuál era la necesidad de un sótano bajo un escenario de concreto?

Nosotros lo descubrimos.

Durante mi estancia en la primaria, había ocasiones en que sacaban cuerpos y ataúdes de los terrenos escolares. Nos decían que eran simples arreglos para el terreno, pero los niños no son idiotas como los adultos creen, ¿saben? Todos los veíamos y todos sabíamos lo que hacían. Y entonces...

Escuchamos El Llamado.

El sótano bajo el foro casi siempre tenía una puerta con candado para que nadie pudiese pasar. El sótano oculto debajo de éste no tenía luz y la única «ventana» (si se le puede llamar así) siempre estaba tapiada con tablas de madera. Pero todos sabíamos lo que contenía en su interior. Lo escuchábamos. En ciertos momentos del día, en el recreo, a la hora de Deportes o mientras nos dirigíamos a los baños, había «alguien» que nos llamaba al interior oscuro de ese sótano oculto.

Y cuando ocurría, el candado siempre se encontraba abierto.

Muy pronto aprendimos que quien entrase en el sótano, jamás saldría. Si había más de uno cerca, tratábamos de auxiliar a nuestro compañero atrapado, incluso llamando a los adultos pero cuando eso ocurría, ya era demasiado tarde: abrían la puerta y nuestro compañero se había ido. Solamente una vez logramos rescatar a una amiga, y fui parte de ello. Mientras aquella cosa la mantenía encerrada y asegurada, un grupo de compañeros forzaba el candado para abrir la puerta mientras otro grupo, entre los cuáles me encontraba, hacíamos lo imposible por hacer ruido y arrancar las tablas de la única ventana que cubría el otro lado.

Afortunadamente, esa cosa nos puso más atención a nosotros y mis otros compañeros lograron abrir con éxito la entrada principal, y nuestra amiga salió del terrible lugar. Aterrorizada, sucia, con rasguños y cortes, pero viva.

Al día siguiente se había mudado a Estados Unidos, y no volvimos a saber de ella hasta la secundaria, en donde el «foro» no tenía sótano y en donde no podría ser llamada de nuevo. Aunque volvió a irse a la semana, quizá por temor a que aquella cosa reconociese su presencia y desease vengarse de ella por haber escapado.

La cosa tiene muchas formas. ¿Han escuchado las ridículas historias sobre muñecas u otros objetos embrujados en México, que por más que tiras, quemas y demás, vuelven a aparecer? Recuerda que porque tú no lo vivas o veas no significa que no sea real. Yo lo viví, yo participé en varios intentos de su destrucción y aunque no conozco su verdadera forma, sé en cuál se oculta.

Si algún día visitas la primaria de Jesús Reyes Heroles, en Monterrey, México, descubrirás el viejo foro con las puertas cerradas. Si eres de los afortunados que no ha oído El Llamado y puedes entrar a éste, encontrarás una horrorosa y sucia muñeca en medio de los fierros retorcidos de los mesabancos rotos y basura de escombro esparcida.

No trates de deshacerte de ella. Ni siquiera trates de tomarla. La cosa siempre vuelve. Personalmente, la arrojé contra el fuego durante una quema de basura que la primaria había hecho y volvió a aparecer en su hogar, el sótano del foro. La arrojamos en el cajón de un carretonero de basura que pasaba, la vimos ser tragada por las bolsas y demás basura... para volver a aparecer al día siguiente en nuestros terrenos.

Aún está llamando. Nuestros gobernantes son más inteligentes y malignos de lo que se cree, saben que para obtener el permiso de construir sobre un camposanto, se necesita hacer un sacrificio que aplaque a las bestias espirituales que los rodean. Y saben que la desaparición de un niño que los alimente de cuando en cuando les permite sacar más dinero con la excusa de las «cuotas».

Por eso construyeron esos foros con sus sótanos malignos. Por eso permiten a los niños estudiar y moverse en esos lugares malditos, sabiendo que cuando la bestia esté hambrienta, sin importar la forma del objeto que tome, algún inocente acudirá

Y por eso, quienes sobrevivimos, aún rondamos cerca para tratar de detenerlos.

Sólo somos dos quienes continuamos aquí, deteniendo El Llamado.

Y no pienso irme de aquí hasta asegurarme de que esa cosa sea incapaz de tomar la vida de otro inocente.

Así que, si vives en México, asegúrate de revisar que el recinto al que confiarás a tu pequeño no tenga entre sus construcciones, ese vil escenario de cemento en medio de su terreno. Y si lo tiene, dale la revisión suficiente para asegurarte de que no contiene ninguna entrada a éste. Si es así, has oídos sordos a cualquier excusa acerca de que es una bodega o cualquier tontería semejante.

Aléjate del lugar.

No esperes a que sean tus hijos los siguientes sacrificios que acudan a su llamado.


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