Lidia era una niña pequeña que deambulaba por su pueblo en busca de una muñeca nueva.
Entró en un anticuario y vio a una de uñas muy largas y pintadas de rojo; le llamó la atención y decidió comprarla. El anticuario le dijo que tuviera mucho cuidado con esa muñeca, que estaba poseída por el mismísimo Diablo; la niña, ajena a la advertencia, se fue a su casa muy contenta.
Era de noche cuando Lidia se despertó y oyó:
"He matado a dos, sólo quedan ocho".
La niña, pensando que solo era un sueño, se volvió a dormir. A la mañana siguiente, vio que a su muñeca le faltaban dos uñas, y sus padres estaban degollados.
La niña, asustada, arrojó la muñeca al río. Tiempo después, terminó mudándose a casa de sus abuelos. En la noche, Lidia volvió a escuchar la voz, pero esta vez decía:
"He matado a tres, sólo quedan cinco".
Asustada, fue a la habitación de sus abuelos y los encontró a ellos y a su perro degollados; a los pies de la cama vio a la muñeca con una mano sin uñas.
La niña volvió a tirar la muñeca al río y fue a casa de una amiga a refugiarse; perdía la cordura pensando que la culpa era de ella por haber comprado la muñeca. Su amiga, Sonia, la tranquilizó y se acostaron, pero Lidia no podía dormir y volvió a oír lo mismo:
"He matado a dos, solo quedan tres".
La niña asustada y sabiendo lo que iba a volver a verm intentó huir pero no pudo; algo lo impedía: tenía la muñeca agarrada al tobillo derecho. Asustada, ató una enorme piedra a la muñeca y la tiro al lago, y se fue a casa de sus tíos. Por la noche y despierta oyó:
"He matados a dos, solo quedas TÚ".
Algo se movió en la ventana. Lidia giró el cuello para ver que era y no había nada. Cuando se giró de nuevo vio a la muñeca bañada en sangre frente suyo; le clavó la última uña en la sien, acabando con su vida.