5.- Puerto Montt.

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Ángela pegó el cuerpo al barandal y desde ahí apareció la enorme extensión metálica del ferri Evangelistas. En su cubierta estaba casi veintena de automóviles, un par de motocicletas, algunos autobuses de turismo y un camión cargado de ovejas que mansamente esperaban el desembarco. Los ferris eran los medios más usados para llegar de una orilla a la otra. La proa del barco cortaba cono un cuchillo el agua plateada que se abría en dos columnas de espuma blanca. Frente a ella el horizonte se hacía uno con el cielo, ambos eran del mismo color y textura. El viento, convertido en una mano gélida que golpeaba las mejillas, hizo que Ángela se levantará el cuello del abrigo y se apretara aun mas la bufanda para evitar que el aire se le colara hasta la piel. Faltaban unos minutos para el final del día, y el mundo entero parecía haber suspendido sus actividades para presenciar el instante en que la luz seria devorada por los cordones montañosos. Los pájaros que sobrevolaban el canal regresaron a sus nidos para esperar un nuevo amanecer. Ángela paseó la vista por los bosques de Coihue, sus oscuros verdes recortados de manera nítida contra las nieves eternas cubiertas de jirones de nubes. El frío no sólo se sentía en el cuerpo, sino también en los ojos que sólo divisaban un camino de agua gris más parecido a un espejo brumoso que a un lugar lleno de vida y aventuras.

Había tenido mucha suerte luego de llegar al puerto Montt. Aunque el mediodía la sorprendió caminando por la costera sin saber qué hacer, tuvo la idea de acercarse a un quiosco de información turística. El lugar era atendido por una joven de su misma edad que leía una revista de chismes del espectáculo. Ángela le explicó q ue necesitaba llegar lo antes posible a Almahue, que era una emergencia y que el tiempo jugaba en su contra.

La muchacha dejó a un lado la revista y se acomodó con gesto profesional en la silla. Consultó algunos folletos que tenía enfrente, y le preguntó a Ángela cuánto dinero tenía para gastar en el viaje.

-No mucho -fue la desalentadora respuesta-. Tiene que ser lo más barato posible.

Descartaron con ello la posibilidad de rentar un auto o comprar un boleto para viajar en avioneta. Mientras discutían varias opciones de traslado, la joven aprovechó para mirar con disimulo a Ángela de pies a cabeza: a pesar de la seguridad y la firmeza que reflejaban sus palabras, estaba claro que se trataba una muchacha que apenas estaba rompiendo el cascaron familiar, y que para ella el mundo se abría como un enorme y desconocido espacio que conquistar.

Por lo cual la única alternativa que le pareció viable ofrecerle fue la de subirse a un ferri, donde compartiría con otro pasajero el más económico de los camarotes. Luego de un día de navegación llegaría a Puerto Chacabuco. Ahí podría tomar un autobús hasta Coyhaique y cubrir el resto de los quilómetros hasta Almahue en el auto de algún turista que circulara por la zona. Ángela recordó la expresión de horror de Patricia, balbuceando por ayuda en la pantalla de su Iphone, y extendió sin pensarlo los billetes que la muchacha le pidió para reservar el pasaje.

Una vez que realizó la compra se sintió más cerca de Patricia.

Ángela entró en el camarote que le asignaron. Era el último de un pasillo repleto de puertas. En el interior había dos estrechas literas de madera que compartían una mesita de noche. Una claraboya, permitía ver hacia el exterior. En la pared, cerca del minúsculo clóset, estaba un radiador de agua caliente para calentar la temperatura. ¿Quién dormiría con ella esa noche? El recorrido hasta puerto Chacabuco duraba 24 horas, y si eso le sumaba las trece de autobús desde Santiago hasta Puerto Montt... Ni siquiera quiso hacer la cuenta. Sólo sabía que llevaba dos días de viaje, y que necesitaba con urgencia una buena ducha caliente y un poco de descanso. Tenía razón que estaba yéndose al fin del mundo.

Cerró las cortinas y así, en la penumbra, se recostó sobre la cama y se entregó al ligero vaivén. De pronto un hondo carraspeo se dejo oír al otro lado de la puerta cerrada del baño. Se incorporó, alerta. Por lo visto su acompañante ya había entrado a la cabina antes que ella. Buscó con la vista alguna maleta o bulto que delatara la presencia de otra persona, pero no encontró nada.

MALAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora