12.- Razón de ser.

39 0 0
                                    

La casa de Rosa. ¿Cómo encontrar la casa de Rosa? Cuando estaba a punto de caminar sin rumbo determinado, un ruido de latas le hizo volver la cabeza: al final de la calle apareció la Van de Carlos, que desde el volante le hizo señas de saludo con la mano.

Ángela avanzo hacia el vehículo. El bibliotecario piso el freno, que sonó como el quejido de un animal agónico.

—¿Qué te paso en la cabeza? —pregunto mientras se bajaba asustado del auto al ver la huella del golpe en la sien izquierda.

Imitando el gesto de Fabián, la joven movió su mano como queriendo decir “no es nada”. A pesar de eso, Carlos metió cuerpo dentro del vehículo a través de la ventanilla, hurgo en la guantera y reapareció con una caja blanca con una cruz roja en la tapa. La obligo a sentarse en el asiento del copiloto y humedeció una mota de algodón con desinfectante.

—Vaya bienvenida que te dio el pueblo, ¿no? —comento el improvisado enfermo, mientras aplicaba alcohol con ligeros toques sobre su piel.

—¿Sabe dónde puedo encontrar la casa de una tal Rosa? —pregunto Ángela.

—En la próxima calle —respondió Carlos al instante.

Con la frente limpia de restos de sangre y una herida empezando a cicatrizar, Ángela se echó la mochila a la espalda y tomo su maleta que aún estaba en la parte
trasera de la biblioteca ambulante. Se despidió de Carlos que debía regresar a Puerto Chacabuco: ya se le había hecho tarde por participar en la quema de la bruja.

Cuando le dio un último abrazo, ella volvió a sentir el aroma a leña seca, a pan recién hecho, a fragantes especias que tuvo la oportunidad de conocer en la cocina de Viviana, y que tan bien la hicieron sentir después de su interminable viaje.

—Cuídate, Ángela. Cuídate mucho —le pidió Carlos.

Lo vio alejarse en su carro que amenazaba con desarmarse en cada curva y que cargaba su valioso tesoro de historias, cuentos y aventuras.

Cuando la Van se convirtió en un minúsculo punto blanco en medio del verde paisaje y desapareció en una vuelta del camino, Ángela comenzó a caminar rumbo a la dirección que Carlos le había señalado mientras sus huellas quedaban tatuadas en la tierra húmeda.

La casa de Rosa resulto ser la construcción que Ángela identifico como la más antigua del pueblo. Fue precisamente en una de sus ventanas donde ella creyó ver la silueta de una mujer al otro lado de los cristales, enmarcada por la tela de las cortinas. Tenía dos pisos, de techos altos y puntiagudos, la pintura estaba descascarada por los años y la inclemencia de la lluvia. La joven tuvo la impresión de que la construcción se inclinaba hacia un costado, al igual que los ancianos que poco a poco se van curvando por la fragilidad de sus huesos. Junto a la puerta principal, un cartel anunciaba: “Alfombras La Esperanza”.

“Esperanza”, pensó Ángela: una palabra que también comienza por esp.

Tuvo la intención de llamar al celular de Patricia, anhelaba escuchar por fin su voz. Pero, al buscar el iPhone en sus bolsillos, recordó con horror que su teléfono yacía en el fondo de una grieta, seguramente destrozado. Se sintió más sola que nunca, incapaz de comunicarse con su madre o con su amiga desaparecida.

Luego de golpear un par de veces, creyó escuchar ruido al otro lado de la puerta.

Los pasos se fueron acercando, despacio, sin apuro. El ruido de las bisagras anuncio que una persona estaba abriendo, tal vez alguien de edad muy avanzada a causa de la lentitud que se adivinaba en sus movimientos. Sin embargo, al otro lado del umbral, apareció una joven de cuerpo delgado, cuello muy fino y erguido, y una rostro más parecido a una pintura medieval que a una muchacha de este siglo. Era hermosa y casi transparente. El cabello negro le caía a los lados del rostro con perfecta simetría. Sus ojos eran tan blancos como su piel, sin huella alguna del color. Una de sus delicadas manos, de largos e inmaculados dedos, se levantó en el aire y se acercó a la recién llegada.

—¿Quién? —pregunto con una voz que se parecía al tañido de una campanita de cristal.

—Busco a Rosa —respondió Ángela aun sorprendida por la frágil ciega que tenía enfrente—. Me dijeron que aquí rentan un dormitorio.

La dueña de la casa dio un paso al frente. Volvió a levantar la misma mano y la poso sobre la frente de Ángela, apenas rozando su piel. Deslizo sus dedos hacia la curva de la mejilla, dejando una huella tibia al contacto de sus yemas. Al llegar al mentón, bajo el brazo y se hizo a un costado, dejándole libre el paso.

—Adelante. Estás en tu casa —sentencio Rosa.

Ángela camino hacia la sala y de inmediato tuvo la sensación de haber retrocedido un siglo, justo como Carlos le dijo que sucedería.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 13, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

MALAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora