2.- Amigas inseparables

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Ángela Gálvez y Patricia Rendón se conocieron el día que ambas cumplieron trece años.

Esa mañana, Ángela despertó con la sensación de que es una nueva etapa en su vida estaba apunto de comenzar: Apenas abrió los ojos, se quedó mirando desde su cama la repisa donde estaban todas sus muñecas, acomodadas por tamaño, peinadas con esmero y luciendo sus mejores vestidos. Pero por primera vez no se levantó de un salto para abrazarlas y saludarlas, una por una, con cariño infantil. Por el contrario, la mañana que cumplió trece años: se quedó unos instantes viéndolas en silencio, arropada en sus sábanas con dibujos de globos multicolores y nubes rosadas. Entonces decidió que había llegado el momento de hacer algunos cambios: desocuparía los anaqueles para acomodar ahí los cada vez más numerosos libros que empezaba a acumular, también dejaría más a la vista su radio de bocina incorporada y su pequeña colección de CD que tanto le gustaba escuchar. Cuando su madre entró al dormitorio, con una enorme sonrisa y arrastrando a Mauricio, su hijo mayor, para que juntos le cantaran feliz cumpleaños, se sorprendió de que Ángela, en lugar de agradecerle el gesto y preguntarle que a qué hora vendrían sus primas a jugar, le pidiera una caja.

-Es para guardar mis muñecas -le explicó-. Necesito espacio.

A llegar al colegio, nadie la saludó ni felicitó por su cumpleaños.

No tenía amigas cercanas: la culpa, tal vez, era de insolente color rojizo de su cabello que siempre provocaba inquietud en sus compañeros; tal vez era su carácter retraído y algo solitario; tal vez era su poco entusiasmo para jugar con las niñas a intercambiar fotografías de los cantantes y los actores de moda. El hecho es que Ángela creció en silencio, medio oculta en una de las esquinas del salón, atenta a los que los profesores le enseñaban y refugiándose detrás de un libro cuando se enfrentaba a un espacio de tiempo libre.

Hasta que Patricia hizo su entrada.

La maestra la presentó como una nueva compañera.

Les explicó que venía de la provincia a vivir con su abuela paterna, y que por lo mismo tenían que apoyarla para que pudiera acostumbrarse con mayor facilidad al cambio. Además. explicó la señorita Hinojosa, la profesora de Español, que ese día era su cumpleaños.

Ángela tuvo un ligero sobresalto en su asiento. Hasta ese instante no conocía a nadie que cumpliera años el mismo que ella

Patricia avanzó entré los pupitres con una sonrisa que ángela no supo interpretar, pero que claramente mostraba que la recién llegada no estaba muy preocupada por enfrentarse a un grupo de desconocidos.

Apenas se sentó, en el banco contiguo al de Ángela, giró la cabeza. Ambas se miraron durante unos instantes tratando de desifrar el rostro que cada una tenía en frente.

Al terminar la jornada, ya eran inseparables.

Ese mismo día, Patricia fue a conocer la casa de Ángela y la ayudo a guardar las muñecas en una caja.

Cuando terminaron, Patricia le preguntó si tenía maquillaje, para enseñarle algunas técnicas que había aprendido en una revista, y se rio a gritos cuando su nueva amiga le comentó que nunca se había pintado los ojos ni se había maquillado las mejillas. Soplaron juntas las trece velas que la mamá de Ángela acomodó en un círculo en el pastel de chocolate e hicieron un listado de deseos secretos que querían que se hicieran realidad.

Esa noche, cuando Ángela se puso la pijama y por primera vez se acostó en sábanas que no tenían dibujos, supo que algo había cambiado: no podía decir aún que era una mujer, pero tampoco que seguía siendo una niña. Y tal vez la culpa de ese cambio la tenía Patricia, que llegó sin aviso como el mejor regalo de cumpleaños.

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