4.- Hacia el fin del mundo.

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"Esp... Esp.. Espejo, espada, espalda, espanto, especial, espectro, espina, esperanza". Ángela hizo una pausa para acomodarse en el asiento del autobús. Con sólo mover una palanca, el respaldo se reclinó un poco más y pudo estirar las piernas. Si cerraba los ojos podía imaginarse que estaba en su cama, cómoda, dormida y no sentada en la parte trasera de un autobús que avanzaba por la interminable carretera al sur.

Separo un poco la cortinilla de la ventana y miro por ella. Nada: era imposible adivinar algo al otro lado del vidrio. El paisaje entero parecía haber sido borrado con un brochazo de pintura negra. Estiro el cuello por encima del respaldo del asiento delantero. Casi todos los pasajeros dormían, algunos de manera más ruidosa. El chofer, encerrado en una especie de burbuja de acrílico transparente, miraba con atención hacia el espacio que las luces iluminaban antes de ser vencidas por la oscuridad de la madrugada. Apenas salieron de Santiago, llamo a su madre y la tranquilizó diciéndole que Patricia estaba a su lado muy agradecida que le hubiera permitido irse con ella a Concepción. Le mandó un beso de cariño a la distancia, al tiempo que sentía crecer el nudo de la culpa en su interior.

Subió el volumen de su iPod. "I am" de Christina Aguilera se convirtió en una pequeña declaración de principios de los tiempos que empezaba a vivir: I am timid, and I am oversensitive, I am a lioness, I am tired and defensive...

Ángela consultó la hora en su IPhone: las cuatro y cuarto de la madrugada. Aún quedaban más de seis horas de viaje. Seis interminables horas de un total de casi trece.

Nunca antes había estado en Puerto Montt, pero ahí esperaba resolver de la mejor manera el problema de cómo llegar a Almahue. "No voy a pensar en eso ahora", se dijo, y volvió a acomodar la cabeza en la almohada que le dieron junto con una manta azul. Entonces, protegida por el ronroneo del motor, retomó su retahíla de palabras que comenzaban con E, S y P. "Espantapajaros, espejismo, espuela, espeso, espiar, espíritu". Sin saber por qué, se detuvo al llegar a esa palabra: espíritu.

¿Tendría algo que ver el terror de Patricia con la leyenda de Almahue? Nunca se le había cruzado por la mente que algo de lo que leyó en los documentos de Benedicto Mohr fuera cierto, pero como estudiante de Antropología social le interesó de inmediato tener una visión amplia de los fenómenos biológicos, medioambientales y socio-culturales del pueblo que creía estar maldito por aquella supuesta maldición. Decidió estudiar y comparar las características de las sociedades actuales, y de como una leyenda afectaba a un poblado. Pero el rostro de Patricia transmitía un terror real. Un pánico a que algo que no era producto de la imaginación. Un algo que su amiga había visto cara a cara. "¿Qué?, ¿un espíritu?" Ángela no pudo reprimir más risita de burla. Si sus profesores la escucharán... ella, la alumna más racional, consideraba la posibilidad de que Patricia se había enfrentado tal vez a un fantasma.

"¡Qué estupidez!", se dijo, y volvió a acurrucar en el asiento con los audífonos puestos. Cerró los ojos. A lo lejos seguía escuchando el monótono ruido del motor. Quiso seguir buscando palabras que comenzaban con esp, pero un inesperado aleteo llamo su atención.

"¿Un aleteo?", pensó.

Agudizó el oído y escucho claramente un batir de alas que se le acercaba

. ¿Se habría colado un pájaro por alguna ventana abierta del autobús? Le extrañó el hecho que ningún pasajero hubiera gritado... El mismo chofer seguía manejando plácidamente, algo que no sucedería con un ave estrellándose contra los cristales para intentar volver al exterior. Pero ahí estaba: el aire nocturno cortado por el incansable movimiento de plumas. Entonces decidió abrir los ojos y participar del inesperado suceso.

Ni siquiera alcanzo a dar un grito.

Un enorme ave venía hacia ella, volando en el pasillo, las garras poderosas orientadas hacia su cuerpo, el pico filoso y dispuesto a enterrarse en su piel. Tenía el cuerpo cubierto de plumas, o escamas, o algún tipo de pelaje que brillaba a pesar de las luces apagadas al interior del autobús. Pero lo más impresionante eran sus ojos: dos enormes pozos amarillos solo interrumpidos por una redonda y negra pupila.

Ángela quiso cubrirse la cara con ambas manos, pero no fue capaz de mover los brazos. El pájaro seguía planeando en línea recta, cortando el aire con su amenaza de ave de rapiña, de emisario la muerte. Justo cuándo la joven renunciaba a la idea de salir ilesa del ataque de aquella monumental lechuza, escucho por encima de los ululados del ave, del rugido del motor y de su respiración agitada una voz que le decía:

Señorita, despierte. Ya llegamos.

Ángela abrió los ojos y tuvo que cerrarlos de inmediato a causa de la luz que la cortina no alcanzaba a filtrar. Se demoró unos segundos en darse cuenta de que todavía estaba en el autobús, que la gran mayoría de los pasajeros ya había descendido y que el asistente del chofer estaba a su lado, en el pasillo, mirándola con cierta molestia por su atraso.

-¿Dónde estamos? -preguntó con voz aún desafinada a causa del sueño.

-En Puerto Montt. Ya se tiene que bajar.

No quería bajarse. Un desconocido y repentino temor de apodero de sus miembros. Volvió a cerrar con fuerza los ojos, añorando estar en su dormitorio, arropada con las sábanas de globos multicolores y nubes rosadas, y deseó ser custodiada por sus muñecas. Quiso pedirles perdón por haberlas abandonado en el fondo de un clóset, condenadas en una caja. Deseó con fuerza retroceder el tiempo y prolongar su infancia algunos años más. Pero no. Ese tiempo ya había quedado atrás. Estaba en Puerto Montt. Y seguía sin tener noticias de Patricia.

Una vez en la terminal, recibió su maleta y comenzó andar hacia la calle. Lo primero que hizo fue llamar a su madre para decirle que ya estaba cómodamente instalada en la casa de su amiga, y que no podía hablar con la mamá de Patricia porque la señora había salido a hacer unas compras. La tranquilizó jurándole que estaba feliz y que seguiría poniéndola al tanto de sus actividades. Envió cariñosos besos para ella y Mauricio.

Al colgar, un intenso dolor producido por la incomodidad de la noche se le instaló en la parte baja de la espalda y la obligó a caminar con pasos más lentos de lo que hubiera querido. Le llamó la atención el cielo en el paisaje que se abría frente a sus ojos: una bóveda azul y redonda encapsulaba la ciudad entera, por la que se paseaban amenazantes nubes grises cargadas de lluvia. La costa que bordeaba la bahía era amplia y estaba transitada por cientos de personas que parecían ajenas a su preocupación. Se detuvo unos minutos, para respirar hondo y tratar de orientarse. Buscó su celular y marcó el número de Patricia. La respuesta fue la misma: Lo sentimos, el teléfono al que está llamando se encuentra fuera de servicio.

MALAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora