8.- En el fin del mundo.

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Aunque Carlos buscó llenar las largas horas de viaje con comentarios y datos prácticos sobre la vida de Almahue, Ángela sólo tenía ganas de observar el libro que sostenía en las manos. Cuando la Van entró a un estrecho camino de terracería, y comenzó a internarse en una vegetación que cada vez se hacía mas frondosa y exuberante, ella intentó sumergirse en el primer capítulo; pero de inmediato se dio cuenta que el bibliotecario no se lo permitiría. El estaba interesadísimo en darle una pormenorizada explicación sobre la pesca artesanal, que era la mayor fuente de ingresos del pueblo y una de las más antiguas actividades de la región. También le contó que los pescadores se internaban en mar adentro durante varios días, arriesgando vida y embarcación, para regresar con sus redes llenas de merluza, mantarraya y congrio.

A la joven no le quedó más remedio que fingir interés y asentir un par de veces con la cabeza. Vencida guardó el libro en su mochila. Ya tendría tiempo de leerlo de principio a fin. Para escapar de las palabras que revoloteaban a su alrededor, decidió cumplir su promesa de limpiar la biblioteca; se instaló frente a los anaqueles y fue acomodando los volúmenes que se habían caído por el zangoloteo.

Ahí estaban La isla del tesoro, Viaje al centro de la tierra, Moby Dick, Robinson Crusoe, La vuelta al mundo en ochenta días. Por lo visto, Carlos era un fanático de la clásica literatura de aventuras. Como si adivinara que en ese instante la joven reflexionaba sobre él, Carlos retomó con más bríos su disertación mirándola p or el retrovisor. Le aconsejó que, si ya había llegado hasta ahí, no podía irse sin visitar los majestuosos ventisqueros de la zona, uno de los principales atractivos del pueblo. También podía dedicarse a cabalgar y observar desde el lomo del animal la fauna y la flora, tan especial y única.

-Por ejemplo, esas plantas que ves ahí se llaman nalca-explicó el hombre señalando con el dedo unas enormes hojas verdes del tamaño de un paraguas abierto-Las usan para tapar los curantos. ¿Has comido curanto? ¡Ay, qué hambre!

Ángela se ofreció a sacar los sándwiches del canasto, cosa que Carlos agradeció con entusiasmo. Ya era casi la una. Llevaban seis horas de viaje. Luego de devorar hasta la última migaja y de beberse el termo de café, ambos se entregaron a la plácida contemplación del último tramo del recorrido.

Al final del camino, iluminado por un pálido sol de comienzos de otoño, Ángela vio aparecer un delgado hilo de plata. Se tardó unos instantes en comprender que era agua. A medida que la camioneta se acercaba, el parpadeante espejo líquido fue creciendo y se convirtió en un extenso brazo de mar que se adentraba en el continente. Los matorrales de chilco y fucsia que bordeaban el camino le daban color al paisaje que se ofrecía en su estado original.

De pronto, al costado derecho de la ruta, Ángela miró una lejana construcción.

Parecía una casita de muñecas. Y era casi idéntica a la que ella tuvo a los seis años y que su padre le instaló al fondo del patio trasero. Ésta, a diferencia de la suya, era de madera oscura. Tenía una ventana pintada de rojo del mismo tono que tenía el techo que caía en dos aguas. Una chimenea sin humo parecía esperar a que alguien se apiadara de ella y quemara algunos leños que justificaran su existencia. "¿Quién puede vivir en un lugar tan pegado al camino?", se preguntó en silencio. Pero, un par de metros más adelante, comprendió que no era una casa, sino el ingenioso cartel de recibimiento al pueblo, "Bienvenido a Almahue" se leía en letras blancas.

El corazón le dio un brinco en el pecho. ¿Era cierto? ¿Ya estaba ahí?

-Llegamos -confirmó Carlos, y luego lanzó la frase que terminó de convertir en inolvidable a aquél día-. Ojalá puedas encontrar a Rayén que, según dicen, todavía vive escondida en el bosque.

Y con la fuerza de sus intuición que crecía igual que los kilómetros en el marcador de la Van, Ángela supo que su viaje hasta el fin del mundo iba a cambiarle todos sus planes. No sólo eso: estaba segura de que le alteraría también el resto de su vida.

MALAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora