9.- El bosque profundo.

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Los árboles son sus mejores aliados. Como fieros soldados verticales la protegen de los intrusos que buscan adentrarse en sus terrenos. Velan su sueño, abrigan sus días, sombrean su descanso. No hacen preguntas: ya se han acostumbrado a su presencia, a escuchar los pasos que casi no rozan el suelo, que ni ruido hacen cuando pisan las ramas y hojas secas que pueblan el lugar. Simplemente la dejan habitar ahí, en su vientre, sabiendo que ella nunca hará nada en su contra. Hay noches donde la oyen hablarle a la luna, y siempre es la misma historia: la de una joven e inocente mujer, casi una niña, que fue burlada de la peor manera. El final del cuento llega -junto con un corazón roto-, con un juramento de venganza, una huída al monte más alto de la región. Desde ahí, al amparo de la cima de vegetación indomable, ella velará la eternidad para asegurarse de que nunca nadie vuelva a ser feliz. Ha aprendido a vestirse de neblina y humedad. Por eso, los pocos que se animan a llegar hasta aquella altura no pueden verla, ya que su cuerpo sabe esconderse tras el vapor que se eleva como un bostezo desde el humus que alfombra la tierra. Con el paso de los años su piel se ha endurecido y adquirido las grietas de un tronco centenario. Sus dedos se han curvado, largos y llenos de nudos, como varillas a las que sólo le faltan las hojas y los brotes florales de primavera. Sus ojos se han acostumbrado a ver más allá del forestal universo que la rodea: con ellos es capaz de recorrer y sobrevolar los canales y fiordos que despedazan al continente en cientos de islas; a veces los usa para espiar a través de las ventanas de los infelices que viven bajo el yugo de su maldición. Los oye gritarse palabras cargadas de odio y desesperanza. Ella sonríe satisfecha, oculta en las sombras que tan bien conoce, aunque su boca olvidó hace mucho tiempo cómo moverse al compás de una risa. Sabe que su poder es infinito. Le basta con hundir los pies en la tierra para convertir sus dedos en kilométricas raíces que se nutren de minerales, aguas profundas, de la misma energía que la naturaleza. Y entonces su cuerpo se estremece, vibra con la intensidad de un volcán en erupción, crece, alcanza las copas de sus guardianes, abre los brazos para atraer relámpagos, grita truenos que desordenan las corrientes marinas, deja que el viento le despeine y agite sus cabellos que provocan marejadas, tinieblas universales y vientos huracanados que los humanos temen y tratan de sobrellevar. Mientras nadie vuelva a amar, ella seguirá siendo lo que es: Rayén, la mujer más poderosa que alguna vez lloró por un traicionero amor.

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