11.- Sobrevivir.

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Ahí está Patricia. Le sonríe mostrando una hilera de dientes blancos y perfectos. Arruga un poco la nariz con ese gesto tan suyo. Parece que le quiere decir algo. Pero se mantiene en silencio. Sólo le sonríe.

¿Se acercará un poco más o sólo se va a quedar ahí, parada, casi lejana?

Patricia no se mueve, no hace nada. Sus pies están clavados en el suelo pedregoso. Sus pies han sido tragados por la tierra. Sus piernas se hunden hasta el tobillo. Por eso Patricia no se mueve: no puede hacerlo. Ésa es la razón de su silencio: está concentrada tratando de escapar

Ya no sonríe. Por el contrario, su boca se tuerce en una mueca de angustia.

-Patricia, ¿me oyes? Vine a buscarte. Escuché tu mensaje de auxilio, y llegué hasta el fin del mundo sólo para buscarte, para llevarte de regreso conmigo. Pero no pensé que iba a encontrarte así, como te veo ahora... ¿Me escuchas? ¡Dime algo!

Cuando Ángela intenta acercarse, el cuerpo de su amiga comienza a vibrar como sacudido por un viento que no la golpea desde afuera, sino desde adentro. Se mueve hacia delante y hacia atrás, cada vez más rápido. Estira los brazos hacia los lados y alcanza con ellos una distancia imposible.

Patricia crece, se hace grande, supera la copa de los árboles.

Las raíces que le brotan de los pies se levantan, no caben en la tierra, emergen como serpientes de madera que la anclan. Abre la boca para gritar y su bramido llena de espuma la superficie del mar, desgarra las nubes en el cielo, desorienta a las aves que prefieren caer en picada antes de enfrentarse a ese tifón que ella provocó. Su cara se ha convertido en un rostro hecho de palos en llamas: dos ojos pintados de amarillo, una boca con labios crueles y delgados, una nariz y un par de cejas definidas sólo por breves trazos. El cabello se derrama como un manto de hojas secas que cubre las laderas y que al plegarse forma nuevas y enormes montañas.

El suelo se abre en islotes por culpa de las raíces que siguen triturando todo a su paso.

-¡Patricia! ¡Patricia, soy yo! ¡Tú amiga! ¿No me ves aquí abajo?

Su sombra ya no cabe en el paisaje, el cielo le queda chico al árbol gigante, a la mujer naturaleza. Una de las ramas, la única que tiene hojas verdes, se alza amenazante sobre la cabeza.

-¿Patricia? ¿Qué vas a hacer?

Y, antes de que tenga tiempo de correr, la rama cae de un violento latigazo, chicoteando el aire con un silbido de serpiente, y oscurece de golpe su visión.

Ángela abrió los ojos, asustada. Una intensa puntada le taladraba la sien izquierda.

-Cuidado, mejor quédese recostada -oyó a su lado.

Sólo entonces pudo ver a su salvador.

Tenía una gruesa camisa de un tono indefinido, desteñida por el viento y el uso, seguramente había sido lavada mil veces por la lluvia. El cabello negro le caía en mechones sobre los ojos, oscuros como dos aceitunas que la observaban con preocupación. Los labios eran el único toque de color en el rostro del desconocido. Un rostro tan atractivo como enigmático.

-Se golpeó en la cabeza. Si quiere que le busque un médico...

Ángela descubrió que la había llevado hasta la plaza del pueblo.

Estaba recostada sobre una banca metálica, al amparo del enorme árbol casi seco que aún mostraba una rama llena de vigorosas y saludables hojas verdes. Se estremeció al recordar su sueño producto del desmayo: la visión terrible de Patricia convertida en un monstruo de la naturaleza, golpeándola con sus brazos de madera. ¿Por qué su amiga querría hacerle daño? Y lo más importante de todo: ¿dónde estaba?

MALAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora