Me despierto con el repiqueteo de la lluvia en la ventana.
Oscuridad.
Me quedo tumbado hasta que mis ojos se acostumbran a la penumbra.
Deben de ser las 7 a juzgar por el cielo teñido de gris que se abre paso fuera, por encima de los coches, de las personas, con sus vidas, sus hijos, sus trabajos, sus ilusiones, sus vidas, en general, sus muertes, también.Una de las cosas buenas de tener la habitación en la buhardilla es que te ofrece cierta independencia.
Cuando me incorporo siento un pinchazo fuerte en la rodilla izquierda, y me viene a la mente el día de ayer, cuando estuve jugando a fútbol con Caspar, mi mejor amigo.
Hemos estado bajo mutua protección desde que empezamos el instituto, fue casi surrealista.
Recuerdo verle en el aula de biología con los cabellos color bronce echados hacia detrás y la vista clavada en su pupitre.
Sentí lastima por él, aunque nunca le he comentado nada al respecto. Decidí sentarme a su lado, y ahí es cuando surgió, caímos en la cuenta de que nos necesitábamos para sobrevivir el año escolar. Es agradable estar con él.Escucho algo caerse al suelo, mi móvil, no me preocupo, esta hecho a prueba de balas. Cuando lo miro veo varios mensajes de Caspar, creo que hablábamos sobre Marina, una chica de nuestra clase, y sus tetas, hasta que me quedé dormido con el móvil encima.
"¿Crees que se las habrá operado?"
Parece improbable para una chica de 17 años.
"Tío, necesito ir a tocarme"
Ese último mensaje me hace reír, Caspar siempre ha sido muy gracioso, o eso quiero pensar, que lo que quiere es hacer una gracia.
Nunca he pensado en la masturbación como una necesidad, en mi opinión es una distracción, como jugar al fifa o escuchar buena música.
Me decido a bajar a la cocina a por algo de comida, no tengo plan para esta tarde, Caspar se ha ido a noseque sitio a celebrar noseque cumpleaños de noseque tia. Lo único que se de su tía es que tiene las tetas caídas o "como pelotas de fitness desinchadas" según Caspar. Empiezo a pensar que su obsesión con las tetas roza lo demente.
Algo me llama la atención antes de abrir la nevera, una nota:
"Edgar, necesito que te pases por el súper y compres algunas cosas"
La nota adjunta una lista de la compra: cereales, huevos, papel higiénico, té, mantequilla...
Suspiro y tras coger una barrita de chocolate, subo y me enfundo en la misma sudadera azul oscuro y los mismos vaqueros que aquella mañana.
Total, solo voy al súper.Cojo las llaves y salgo de casa tras coger algo de dinero.
Fuera, el frío es notable, y el olor a lluvia se mezcla con el humo de los coches. La ciudad nunca para, siempre hay gente de aquí para allá, ocupándose de sus asuntos.
La tienda no está lejos, tan solo un par de manzanas más allá, así que meto las manos en los bolsillos de la sudadera y ando, mezclándome con la gran masa de gente que vuelve del trabajo y habla por teléfono. A veces miro a la gente e intento averiguar por su cara, por sus gestos, como es su vida. Si son felices, si han perdido a alguien últimamente, si se sienten a gusto en el trabajo.
Un reflejo amarillo me saca de mi aturdimiento y la veo, a Marina, algo más adelante en la acera de enfrente, acompañada de su madre. Las dos ríen, parece como si alguna de las dos acabara de contar un chiste.
No voy a mentir, Marina es guapa, es muy guapa, y es la clase de persona que te puede animar en tu peor día con solo una sonrisa.
No puedo dejar de mirarla, ¿estoy sintiendo algo?
Paran en una tienda, a mirar un escaparate, la distancia no me deja averiguar de qué es el establecimiento, pero apuesto a que es algo para chicas, que aburrimiento.
El claxon de un coche me hace apartar la vista hacia atrás.
De repente, algo va mal, un estruendo se produce en algún lugar de la calle, y el sonido me sacude el cuerpo y me hace perder el equilibrio, antes de caer al suelo, observo que la tienda donde se habían parado Marina y su madre, ahora es un revoltijo de cristales y trozos de fachada en llamas... Y de cuerpos inmóviles en el suelo.