Capítulo 8

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Narra Caspar:

Tengo miedo, tengo mucho miedo.

Ni siquiera sé cómo Edgar me ha convencido para estar aquí ahora, y más sabiendo que hay alguien siguiéndonos.

Imagino la cara de mi amigo burlándose de mí. Ugh. No lo daré esa satisfacción.

Miro atrás. Sombras, oscuridad. Nada se mueve, todo parece tranquilo.

-Es aquí, aquí fue donde vi al hombre calavera- dice Edgar.

Le miro, tiene el ceño fruncido. Edgar no es muy alto, pero tiene agallas. Su pelo, de color marrón oscuro, casi negro, le cae por la frente. Sus ojos, grises y atentos, brillan mientras analiza el escenario de la calle. Me viene a la mente un gato a punto de atrapar a su presa.

-Deja de mirarme y busca pistas- dice, y empieza a andar, hasta que llega a un cordón policial. Pasa una pierna y luego la otra y se adentra en la calle.
Me quedo pasmado.

-Edgar...¿eso es legal?

Se gira y me apunta con una linterna.

-Solo serán unos minutos, hasta que encontremos algo. Venga, no seas un cagado.

Bufo, ha tenido que decirlo.

-Cierra el pico- pasó el cordón policial y le adelanto.

Está oscuro, pero aun así puedo intuir su sonrisa de suficiencia cuando paso por delante de él. Ha conseguido lo que quería.

Enciendo una linterna y empezamos a caminar.

-Ese es el edificio donde entró el hombre- señala la puerta de, lo que parece, un almacén abandonado, que tiene todas las ventanas rotas.

-Entremos- intento hacerme el duro, pero espero que su respuesta sea que ni de coña.

-¡Vamos!- me da una palmadita en la espalda y pasa delante de mí.

Maldita sea, ¿este tío nunca tiene suficiente? Respiro hondo y le sigo.

El sitio es una auténtica ruina, hay muebles viejos por el suelo con la madera podrida y cristales rotos que crujen bajo nuestros pies. Huele a humedad y hace mucho más frío. Una niebla fantasmagórica se extiende por toda la sala.

-Deberíamos dividirnos- dice.

-¿Deberíamos?- le miro como si estuviera mal de la cabeza- ¿No has aprendido nada de las pelis de miedo? ¡La gente empieza a morir cuando se separa!

De repente algo cruje detrás de nosotros y nos giramos al unísono.
Alguien nos mira desde la puerta del almacén. Tiene la cara ensombrecida y el cuerpo borroso por la poca luz que entra en la habitación, que arranca destellos dorados de su larga cabellera.

-Me habéis dado un susto de muerte- dice una voz de femenina.

Marina, está viva.

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