Capítulo 9: miedo a conocer más

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Nada más atravesó la puerta, sintió un chistido. Miró para todos lados. No había nadie. Estaba todo iluminado, creyó que me había equivocado y subió las escaleras a cambiarse la ropa, cuando en el descanso se topo con Asunción, cara a cara. Por suerte se sujetó a tiempo de la escalera y no cayó a la piso del trastabillo que se dio del susto de ver a la mujer ahí, como un fantasma al final de la escalera, esperando. Su corazón latía ferozmente.

-¿Qué te dijeron?

La miró sin comprenderla, temblando. Giró y bajó corriendo las escaleras antes de que pudiera intentar algo. Ella bajó detrás.

-¿Qué te dijeron?

Siguió camino a la biblioteca, para escapar, pero era un sinsentido, hacía ahí no tenía escape, excepto que saltara por la ventana. Se vi acorralada y respirando hondo, la enfrentó.

-No entiendo lo que me pregunta -intentó que su voz no se entrecortara pero no lo logró. Parecía un carraspeo.

-Ellos, ¿Sam y Abel? ¿Qué te dijeron?

-No sé a qué se refiere -la miraba fijamente, viendo en sus ojos, no ya el brillo de la locura sino más bien, otro brillo que no era aterrador como el de aquel día, estaba "cuerda", ahora parecía más tranquila. El sol que entraba por el ventanal de la biblioteca irradiaba la luz suficiente para que la situación se viera claramente, ya no parecía un espectro, sino una mujer encanecida y con muchas arrugas, pero que si se prestaba atención a sus rasgos, notábase la belleza que un día poseyeron.

-Ellos te llevaron al monte, se los notaba preocupados.

¿Sam y Abel? Ella sabía sus nombres y los había visto.

-¿Los conoces?

-Sí, claro, ellos siempre me están vigilando. Ellos no saben que yo los puedo ver y que los reconozco -parecía feliz de que eso sucediera.

-Pero... ¿quiénes son?

-Son ángeles guardianes -dijo con toda la seguridad que le hizo no dudar que lo que le decía fuera verdad.

-Pero... ¿los ángeles no tienen alas? -inquirió con sorpresa al no saber qué responder.

-Sí, todos los ángeles tienen alas, pero ellos pueden esconderlas. Pero a mí no se me pasan, yo los conozco, ellos irradian luz dorada.

El mundo de Melina se vino abajo. Había visto esa luz dorada, ¿todo el mundo la vería? O, por el contrario, ¿el mundo estaría lleno de ángeles que caminan por la calle y nadie sería capaz de identificarlos? Eso era imposible porque vio el brillo y nunca lo había antes en otra persona o... ángel...

-¿Todos brillan...?

-Sí, todos los ángeles; pero todavía no me has contestado -realmente estaba ansiosa, Melina había perdido la calma que había recuperado hacía un instante, estaba cada vez más asustada. ¿Había visto a dos ángeles, en verdad? ¡Ay, no! ¿Qué sería de su madre? Ahora sí sola, con su única hija encerrada en un manicomio por hablar con los ángeles. El pánico que le generó esta idea estaba fundamentado en la figura de la persona que tenía enfrente, ella había visto ángeles, hablado con ellos y ¿fugado con uno? Ahora parecía tan cierto lo que le dijo su madre... ¿Sería ese su destino? ¿Se fugaría con un ángel también? No, y menos cómo la habían tratado esos dos, con ninguno se fugaría estando en ella en sus cabales. ¡Pero es que no lo estaba! ¡Vio ángeles, los ángeles son invisibles! El pánico se le atragantó y se secó su garganta mientras se le humedecían los ojos.

Paula entró por la puerta y vio a Asunción cuando su hija se dirigía corriendo a la abrazarla. Lloró como una niña asustada, que para todos los casos lo era, aunque sabía que no le correspondía actuar así, nunca lo había hecho porque siempre se había mofado de ser valiente, y afrontó firmemente todo, hasta la muerte de su padre, pero esto pasaba su límite.

La dimensión de los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora