—¡Noooo! —grita Isabella a centímetros de mi oído haciéndome sobresaltar del susto y derramar la azúcar por todo el mesón de mármol.
—¿Qué pasa? —digo al borde de rodar mis ojos e insultarla.
—¿Cuántas veces te debo repetir que es el señor Evans quién decide cuantas cucharas de azúcar le agregara a su té? —toma la pequeña taza de la bandeja de metal y bota el contenido sobre el lavaplatos. Pero ¿qué le pasa?— Hazlo de nuevo y esta vez no le agregues nada, ¿me has entendido?
Le he aguantado tantas cosas a está chica que siempre me digo a mi misma que será la última vez que la dejare hacerme esto, pero aún así le permito seguir reprochándome como si fuera la dueña de esta mansión.
Desde que llegue a esta casa no ha hecho más que gritarme, mirarme con desprecio, cuando ambas estamos aquí por la misma razón, y mentirme para
hacer mal el trabajo y que me regañen.La última vez que lo hizo fue hace tres semanas atrás —tampoco es que lleve mucho tiempo trabajando aquí con, pero por circunstancias del destino es que he tenido que llegar a este hogar y he tenido que soportar a esta chica y otras cosas por más de un mes— La primera vez Isabella me había hecho saber que la señora Evans deseaba comer tarta de fresas acompañado de una taza de café.
Recuerdo haber llegado a la habitación con la bandeja y haberla dejado sobre el mesón para después retirarme, pero no pasaron más de cinco minutos cuando el grito de la señora resonó por toda la mansión. Entre tan rápido como pude y ahí estaba ella parada junto a la comida con el ceño fruncido y hechando humos sus nariz, con solo decir que la señora Evans es alérgica a las fresas y detesta el café.
Según ella mancha los dientes y deja un mal sabor en la boca.
La segunda vez solo me hecho más condimento del necesario a la comida del señor Evans y solo recibí una llamada de atención, y así es como esas y muchas otras cosas más me ha hecho pasar esa chica rubia con granos en el rostro, pero he aprendido a no prestarle atención y a estar más atenta a sus movimientos.
Asiento con la cabeza y espero que se aleje unos cuantos metros para poder bufar y maldecirla mentalmente.
Vuelvo a llenar la misma taza y esta vez solo le he agregado la bolsa de té. Dejo la azucarera junto a lo demás y salgo de la cocina. El despacho del señor está muy apartado de la sala principal, tanto así que muchos piensan que la oficina es la puerta subsiguiente a la del living.
A mi ya me ha pasado y he estado esperando por varios minutos a que el señor llegara por su comida, pero luego con la ayuda de Sara he aprendido cuál es su verdadera oficina y eso ya es historia antigua.
—¡Adelante! —responde a mi llamado el señor Evans.
El hombre de unos cincuenta y tantos años está sentado frente a un lindo y amplio escritorio revisando un montón de hojas apiladas a su izquierda.
Cuando siente mi presencia, deja los papeles que sostiene en las manos a un lado.
—Puedes dejarlo por allá —apunta en dirección a una pequeña mesa en el centro de la habitación, rodeadas de otros muebles y algunos sofás — muchas gracias.
—De nada, con su permiso...
—No, espere señorita Miller —me pide usando una voz muy calmada y amable.
Y como por arte de magia, mis pies se pegan al suelo sin permitirme siquiera dar un paso.
— ¿Si? ¿desea algo más? — ¿por qué me sudan las manos? Esta vez no creo haber hecho algo mal. No que lo recuerde.
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Las vueltas de la vida
RomanceMuchos creen que el dinero lo mueve todo, pero hace un tiempo mi madre me dijo que esos son solo dichos de gente millonaria para ocultar sus verdaderos sentimientos, y que lo que realmente mueve al mundo es el amor. A pesar de siempre creer en sus...