Capítulo 3

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Segundo día de trabajo y por una extraña razón me siento más nerviosa que ayer. Las cosas con James fueron un completo desastre, con solo decir que nunca nadie en mi vida me había tratado como él lo hizo en diez minutos.

Sara tenía razón y no mentía sobre ese chico. James Evans es un completo idiota que no mide sus palabras y que ni siquiera es consciente del impacto que estas causan en las personas.

Ayer, después de salir de su habitación me prometí que hoy sería diferente —o al menos eso intentaría—, que no dejaría que sus palabras me hirieran a tal punto de hacerme sentir como basura –como ayer lo hizo– y que cumpliría con mis deberes como debía.

La puerta frente a mi no hace más que sacarme burla. Mentiría si digo que no tengo algo de miedo, por qué lo tengo. Por más que me repita una y otra y otra vez mi propósito para hoy y el resto de los meses para darme ánimos y valentía, también me repito que debo tener en cuenta que con solo algunas palabras o gestos por parte de ese chico, todo se iría a la basura.

Inhalo y exhalo unas cuantas veces antes de armarme de valor y golpear. Nadie responde. Segundo intento y nada. Tercer intento y ...

La puerta se abre de golpe, dejándome con la mano empuñada estirada en el aire. El chico del ceño fruncido se me queda viendo unos segundos en los que yo solo decido bajar la mano y acomodarla por encima de la otra que reposa en mi vientre.

—¿Qué mierda quieres ahora?

—El desayuno está listo —sonrío. O al menos eso intento.

—¿Y Olivia? —pregunta restregándose el ojo derecho.

—Sigue cuidando de su hija y nieto.

—Entonces lo de ayer iba enserio —se apoya en la puerta y con la misma mano comienza a rascar su barbilla.

—Muy enserio —afirmo.

—¿Y quién eres tú?

—Su nueva empleada personal.

Esto de las formalidades debo admitir que se me está haciendo difícil. Si bien, no hablo con muchas vulgaridades en mis oraciones, pero tampoco suelo ser formal al momento de hablar con las personas. Ni siquiera cuando recién las estoy conociendo. Tampoco es que conozca a mucha gente.

—¿Es ese tu nombre? —frunce el ceño.

—No, mi nombre es Anastasia Miller —tiendo mi mano hacia él, pero este no la recibe.

Que falta de modales. Hasta mi antiguo cachorro –que en paz descanse– sabía  recibir las manos de las personas.

—Bien Anastasia —se acerca hacia mi, abandonando su postura sobre la puerta— Me importa una mierda quién eres, lo que estás haciendo en esta casa o si eres el reemplazo de Olivia. En cuanto intentes volver a despertarme a estas horas de la madrugada, no dudaré ni un segundo en dejarte patitas en la calle —sonríe falsamente— ¿me has entendido, Stassie? —finaliza sarcásticamente.

—Mira... mire —me auto corrijo— Lamento si no puede tener lo que quiere o no soy lo que esperaba, pero es lo qué hay. Ahora, repito: el desayuno está listo. Agradecería si baja y se lo sirve.

—¿Quién te has creído? —agarra mi brazo bruscamente cuando intentó dejar el lugar.

Su agarre es fuerte, pero no tanto como lo imaginé. Su mirada solo transmite odio, no sé si contra mi o contra el mundo –como una vez su padre dijo– y su postura está muy a la defensiva. Pero no dejaré que me intimide, si lo logra... estoy acabada.

Las vueltas de la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora