Capítulo 6

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James:

Miro de izquierda a derecha, viceversa y nada. Ni un puto rastro de esa maldita chica.

La dejo irse sin más, no quiero agregarle más leña al fuego y que alguien más se entere de lo sucedido, pero la próxima vez me escuchará y le dejaré muy en claro que quien manda aquí soy yo y no ella. Si le digo que se detenga, se tiene que detener, si le digo que no lo haga, no lo tiene que hacer, si le digo que se quede, se tiene que quedar y si le digo que se tiene que callar, se tiene que callar, ya sea por las buenas o por las malas.

—Ella no dirá nada —la voz relajada de Isabella llama mi atención y antes de dirigirme a ella, cierro la puerta de un portazo, haciendo un estruendoso sonido.

Me quedo unos segundos mirando la puerta intentando regular mi respiración y controlar mi temperamento.

—Olvídalo, ella no dirá na...

—¡Cierra la maldita boca de una puta vez y cállate! —digo a la vez que me doy la vuelta, mirándola con rabia.

—Cariño, cálmate. —su voz me irrita al punto de querer echarla de la habitación o incluso despedirla, pero no puedo... esa chica sabe muchas cosas de mi.

—¿Qué me calme? ¿Estás de broma? —¿cómo puede incluso estar tan relajada cuando es su maldito culo el que está en peligro ahora?— ¿Por qué no esperaste hasta que yo te llamara? ¡¿Por qué?! ...¡Responde maldita sea!

En vez de hacerlo, suelta una gran carcajada que incluso ha logrado ponerme los pelos de puntas. Está chica está demente, maldito el día en que pedí de su ayuda.

—Porque... —dice parándose y caminado hasta quedar frente a mi—, si ella dice algo de lo ocurrido hace unos minutos, tú irás por ella y le dejaras las cosas muy claras, y de no tener éxito... entonces interfere con ayuda de las chicas.

—No es tan sencillo como tú piensas. —la rodeo y ocupo su antiguo lugar en "mi" cama— Tengo prohibido siquiera tocar a esa mojigata, ni un solo maldito pelo de su cabeza..., así que esta vez te toca a ti.

—¿A qué te refieres con "prohibido siquiera tocarla"? —se vuelve a acercar a mi, ¿cómo es posible que aún no entienda que ni siquiera quiero compartir el mismo aire que ella?

—Lo que haz escuchado y no preguntes más..., no tengo ganas de hablar. —digo tajante.

—¿Y ganas de qué tienes? —dice de una manera provocativa, pero solo me dan náuseas.

—No lo sé, dímelo tú.

¡No, no me lo digas!

—Estaba pensando que... —se acerca peligrosamente a mi rostro, levantando una ceja mientras susurra demasiado cerca de mis labios.

Y como si mis plegarias hubiesen sido escuchadas por alguien, unos golpes se escuchan en la puerta.

¡Gracias a Dios!

—¿James, estás ahí? —la voz de mi padre nos hace alejarnos como si de resortes se tratase.

—Mierda, te lo dije. —la reprocho— No puedes venir así como así a mi habitación. —comienzo a susurrar.

—Yo... pensé que... bueno... tú sabes.

—No, no pensaste. —digo molesto mientras la miro con desaprobación— Escóndete en el baño y no salgas de ahí por nada del mundo y no pienses, solo haz lo que te digo.

Hace exactamente lo que le pido, gracias a Dios. No podría tener que lidiar con mi padre y más encima con la chica rubia que me mira con miedo reflejado en sus grandes ojos pardos.

Las vueltas de la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora