Capítulo 8

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A la mañana siguiente hace demasiado calor, pero esto es diferente, si bien la habitación está a una temperatura bastante fresca, aún así mi cuerpo siente un calor interno, un calor más allá de los rayos de sol, un calor humano.

Levantó las frazadas, y ahí está la razón de esta abrumadora sensación.

James.

Su firme mano rodea mi cintura agregándole presión a los costados. Sus dedos están tan clavados a mis caderas que no me sorprendería ver marcas en mi piel. Por otro lado, sus piernas se encuentran enredadas con las mías formando un tipo de llave imposible de deshacer sin despertarlo, así que sigilosamente me volteo con cuidado quedando frente a frente. Al principio se mueve un poco pero luego sigue durmiendo.

Bien, Ana. Eso es.

Pasan minutos en los que solo me le quedo viendo relajada, como si fuera pan de cada día, lo cual es estupido porque no en un millón de años pasaría, uno, el contrato, dos, soy su tipo ni el el mío, pero debo admitir que si alguna vez creí que sus facciones eran bonitas, ahora lo he confirmado y por cuenta propia.

Se ve tan despreocupado y relajado que odio la idea de tener que despertarlo, pero a pesar de todo lo que pasamos la noche pasada, no puedo faltar a clases y menos ahora que recién estoy empezando la universidad y es mi primer año. Cuando me decido y estoy a centímetros de tocar su hombro, su ronca voz me hace dar un gran salto, delatándome.

—¿Disfrutas la vista? —dice sin abrir los ojos, lo cual me da la oportunidad de apartar mi mano sin que se de cuenta.

—Acabo de despertar —miento.

—¿Qué hora es? —pregunta abriendo los ojos.

—No lo se pero parece ser muy temprano aún —bostezo falsamente.

No se percata de nuestra posición y da media vuelta viendo la hora en el reloj situado en la pared para luego voltear haciendo un gesto desagradable.

—¿Estas de broma? Son las seis y media de la mañana, ¿qué haces despierta a esta hora? —pregunta mirándome con atención.

—He dicho que recién he despertado —en un intento fallido trato de deshacer sus agarres para dejar la cama.

—No me subestimes, Anastasia.

—No he dicho ni hecho nada, ¿por qué lo haría? —continuo con mi juego de cero comprensión.

—¡Si tú lo dices! —suspira pesadamente para luego volver a cerrar sus ojos, girar y darme la espalda.

—¿Qué está haciendo? —pregunto sorprendida.

—¿Qué no es obvio?

—Lo es, pero nosotros... nosotros debemos ir a nuestras respectivas universidades, si seguimos en cama llegaremos tarde —muerdo mis uñas mientras muevo reiteradas veces mi pie derecho bajo las cobijas.

—¡Ni de broma, Anastasia! —se gira bruscamente hacia mi —Si quieres hazlo tú, pero a mi no me mueves de aquí por nada en el mundo, no después de todo lo que tuve que pasar anoche.

"No fuiste el único", digo mentalmente para evitar nuevos conflictos.

Me quedo pensando por unos minutos que debería hacer hasta que al fin tomo una decisión y me levanto de la cama buscando mis zapatos, los cuales están junto a la mesa de noche. Me los pongo en cosa de segundos y me dirijo hasta el cuarto de baño hasta que su voz nuevamente interrumpe el silencio que se ha apoderado de la habitación.

—El estar en un hotel demasiada lujoso no quiere decir que el lugar no sea peligroso —sus palabras hacen que me de media vuelta y le preste toda mi atención. Al notar que no tengo intenciones de responder, continua. —Para asistir a clases hoy primero tienes que ir por ropa nueva y por tus materiales, ¿no es así?

Las vueltas de la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora