— ¡Gryffindor! — exclamó el viejo y raído sombrero tras varios segundos de leer a esa estúpida de Granger.
Sentado ya entre slytherins, como no podía haber sido de otra forma, la seguí con la mirada mientras se dirigía directa a la mesa de su casa y se sentaba junto al pequeño zanahorio de los Weasley. Ella le tendió la mano, como había hecho conmigo en el tren, y a él se le pusieron las orejas coloradas. Estúpido Weasley, era patético.
¡Hufflepuff! ¡Ravenclaw! ¡Hufflepuff! ¡Slytherin!
— ¡Tarta de melaza! — exclamó Goyle al llegar a la mesa y sentarse junto a mí, mientras extendía su gruesa mano para coger una porción.
— Suelta eso, estúpido — dije, mientras hacía un gesto con la cabeza en dirección a donde se agolpaban los demás chicos que esperaban a ser seleccionados para alguna casa – Mira a quién le toca ahora.
La profesora Mcgonagall le puso el sombrero en la cabeza, y éste rebotó sorprendido, como si lo hubieran puesto en la cabeza de un troll.
— ¡A quién tenemos aquí! ¡Oh, joven Potter! — el sombrero hizo una leve pausa, en la que nadie del gran comedor se atrevió a decir una palabra — Te hubiera reconocido sin necesidad de haber escuchado tu nombre... Tienes la valentía de tu padre, sin duda. James... Cómo olvidar a ese pequeño granuja... También puedo sentir el buen corazón de tu madre corriendo por tus venas. Qué interesante, nunca había sentido nada igual. Sin duda también tienes astucia, sabes lo que haces, eh, muchacho. Podrías pertenecer a la casa que quisieras. Pocos casos hay como tú, así que déjame pensar dónde te envío... ¿Qué? — Exclamó, tan fuerte que los allí presentes dimos un brinco de sorpresa— ¿Slytherin no? ¿Cómo estás tan seguro que esa casa no será capaz de sacar lo mejor de ti? Tienes el potencial suficiente para que te mande a esa casa y tendrías que sentirte orgulloso de ello. Pero si lo tienes tan claro, entonces... ¡Gryffindor!
El gran comedor estalló en gritos y aplausos, y a mí lo que me provocaba aquello eran arcadas.
— ¿Quién se cree ese Potter para menospreciar a la casa Slytherin y a todos los que pertenecemos a ella? — dije, lleno de rabia.
— Es un imbécil — confirmó Goyle, mientras echaba mano a la tarta y cogía dos trozos.
— ¿Cómo de idiota tiene que ser alguien para creer que ese estúpido de Potter es el heredero de Slytherin? — pregunté molesto, mientras sacaba un bolígrafo de mi mochila y lo ponía sobre la mesa de un golpe.
Unas mesas más adelante, Granger giró la cabeza con el entrecejo fruncido, como si me hubiera escuchado, aunque sin llegar a mirarme. Acto seguido, se volvió y le dijo algo a Weasley al oído. Menudo idiota. Se ponía tan nervioso cada vez que ella se le acercaba, que hasta yo podía ver cómo temblaba.
Las emociones son para los débiles.
Los días pasaron y la gente seguía hablando de Potty, tanto, que pensé en robar unas orejeras de las que usábamos para trabajar con las mandrágoras, para así no tener que escuchar más tonterías.
Sin embargo, un día se hizo inevitable escuchar lo que la gente decía. Hablaban tan fuerte y con tanto ímpetu, que sin necesidad de preguntar a nadie me enteré que un alumno había aparecido petrificado en los pasillos del colegio.
— Al parecer el alumno petrificado es muggle — comentó Crabbe riendo, mientras salíamos al patio interior del castillo.
— Me encanta — exclamé, con una sonrisa divertida en el rostro — Estoy ansioso por ver cómo el viejo de Dumbledore sale de ésta.
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Mi estúpida Granger
Romance¿Qué hubiera pasado aquella tormentosa noche en la mansión de los Malfoy, si su único hijo hubiera estado enamorado de aquella simple y vulgar muggle que yacía tendida en el suelo bajo la amenazante Bellatrix Lestrange? ¿Qué hubiera pasado si esa lá...