Buenas noches

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Desde mi enfrentamiento con Weasley, apenas la había visto. Era como si hubiéramos roto sin ni siquiera llegar a estar juntos, y eso era lo peor de todo. Aquellos días en los que giraba la cabeza y la veía a mi lado, haciéndome olvidar lo miserable que era mi vida y aportando un poco de alegría a la misma, parecían haberse esfumado. Desaparecieron, y consigo se llevaron los únicos buenos momentos en los que me permitía reír y no sentirme culpable por ello.

Había pasado una semana desde que casi consigo desfigurarle el rostro a ese estúpido de Weasley, y desde entonces sólo había podido verla en el gran comedor durante las comidas. Odiaba la necesidad que sentía de verla, pues aquella situación me volvía débil y vulnerable, y precisamente yo no podía permitirme tal lujo. Tenía el apremio de hablar con ella, de explicarle (sí, ¡un Malfoy dando explicaciones!) por qué me había comportado así, de hacerla ver de una vez por todas que desde bien pequeño me habían enseñado a cuidar celosamente mis cosas, y que me sentía en la obligación de hacer todo lo posible por mantenerla a mi lado, ya fuera desfigurando una cara (de por sí ya desfigurada, como la de Weasel) o lanzando por los aires a cualquiera que se atreviera a acercarse a ella más de lo necesario.

—¡Yo no soy una cosa! —habría gritado ella.

—¿Cómo que no? —habría objetado yo con una sonrisa—. Sí que lo eres. Eres la cosa más bonita que jamás me ha pertenecido.

Me alegré de que aquello sólo hubiera ocurrido en mi mente, pues me habría arrepentido al instante de decir semejante cursilería. Tal vez lo que el verdadero Draco hubiera dicho habría sido algo así como "Calla Granger, he dicho que eres mía y no hay más que hablar", y tal vez, sólo tal vez, ella me habría pegado por segunda vez... Pero me sorprendió pensar que no me importaría que lo hiciera si así olvidaba lo sucedido unos días atrás.

—¿Vas a venir a Pociones? —preguntó un sorprendido Crabbe, cuando dejé de mala gana el libro sobre la mesa mientras me sentaba a desayunar.

—¿Tú qué crees, idiota? —respondí toscamente—. ¿Piensas que cargo con el libro para darle un paseo? De verdad, Crabbe, cada día eres más tonto.

Goyle y los demás compañeros sentados a nuestro alrededor rieron ante tal humillación, pero mi humor no estaba para aquello. Di un gran bocado a una tostada con mermelada mientras mis ojos recorrían la larga mesa de los leones hasta dar con ella. Parecía que le faltaban horas de sueño, y se veía mucho más seria de lo normal. Incluso estaba algo desaliñada, y su pelo trazaba ondas más vertiginosas que de costumbre. La pequeña de los Weasley ahora se sentaba entre ella y sus amigos, y aunque ésta parecía hablarle de algo, ella apenas levantaba la mirada del plato.
Cuando las tostadas y los dulces empezaron a desaparecer, los alumnos iban saliendo del gran comedor para dirigirse a sus clases. Algunos se desperezaban para terminar de espabilarse, otros reían con sus compañeros, los de primer año, algunos con las túnicas más grandes que ellos mismos, salían corriendo por los pasillos, cosa que no ayudaba a los nervios de Filch. Sin embargo, desde hacía una semana, ella salía siempre la primera, y aquel día no fue diferente. Los idiotas de Potter y Weasley, aun sentados a la mesa, la vieron marcharse, sola, y no hicieron nada al respecto. Intercambiaron un par de palabras, y justo después sus miradas se posaron en mí. Mi expresión debió escupirles en la cara todo el odio que sentía hacia ellos, porque sólo me aguantaron la mirada un par de segundos. Aprecié en la del pelirrojo resentimiento, y en la Potter, desconfianza.

—Os veo en clase —dije malhumorado, mientras me ponía en pie.

Salí rápidamente por la gigantesca puerta del gran comedor y me dirigí a las mazmorras con paso ligero. Acostumbrados a verme caminar por el castillo con temple y manteniendo la compostura, algún que otro retrato pareció girarse, a mi paso, para comprobar que aquel chico con prisas realmente era yo, Draco Malfoy.
Mazmorra 1. Mazmorra 2.
Giré a la derecha al final del pasillo.
Mazmorra 3. Mazmorra 4.
Volví a girar a la izquierda, donde se encontraba, después de un largo pasillo, la número 5.
Y ahí estaba ella, apoyada en la pared y sosteniendo el libro sobre sobre sus piernas, tal y como esperaba encontrármela. Y sola.

Mi estúpida GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora