Cuando Mike y yo apenas éramos unos pequeños niños, nuestros padres nos enseñaron a superar nuestros miedos. La manera adecuada de hacerlo, según ellos, era enfrentándolos; pues así aprenderíamos a lidiar con el pánico y sobrellevar cualquier emoción negativa que algo nos causara.
Mi hermano padecía de necrofobia. Realmente nunca supimos a qué se debió el origen de ella, pero mis padres quisieron que superara su temor en el funeral de nuestro abuelo materno. Cuando los adultos obligaron a que los niños nos despediéramos de él, mi padre tomó de la mano a Mike y lo llevó hasta el ataúd de madera oscura, donde yacía el cuerpo del progenitor de mi madre; su piel estaba más pálida de lo normal, y el color morado de sus labios no fue disimulado por el maquillaje. Mike tenía diez años, era el más pequeño de todos, pero el que gritaba más fuerte. Cuando su terror fue proyectado como un horripilante grito, todos en la casa funeraria sentimos lástima por mi hermano, cuya fobia nunca desapareció, sino que incrementó hasta el punto de tener que llevarlo con una psicóloga para trabajar con su constante miedo a terminar como mi abuelo: muerto.
En cambio, yo no presenté un miedo arraigado en mi niñez, sino que sólo pequeños sustos pasajeros que me ocasionaban ciertos objetos o situaciones, por ello mis tíos solían llamarme Em la valiente. Sin embargo, se sentirían decepcionados si me vieran en ese momento, tambaleándome como un barco a merced de la marea. Unos simples ojos azules, fríos como el hielo, consiguieron que todo mi cuerpo temblara y que mis extremidades flaquearan.
—Eduardo —susurré sin poder disimular el terror que sentía—. ¿Qué hiciste?
Caminó dos pasos más cerca de mí. Intenté retroceder, pero mi espalda ya estaba contra el librero. No había escapatoria, no a menos que juntara el valor suficiente para utilizar mi arma improvisada, pero el temblor que sacudía mis brazos era la clara afirmación de que no podría ni levantar un dedo para detenerlo en caso de que decidiera atacar.
—Responde: ¿qué le hiciste a mis amigos?
—¡Emily! —Fingió sorprenderse por mi pregunta, pero después de un segundo, su mirada de lunático volvió a adornar su pálido rostro—. Nuestra relación está destruyéndose, ¿y de lo único que puedes preocuparte es de tus amigos?—Negó por lo bajo mientras se acercaba otros pasos—. Me decepcionas, ¡oh! Sí que lo haces.
—Aléjate o... —Tragué saliva sin poder completar la oración.
—¿O qué? ¿Me golpearás con ese trofeo? —Señaló el objeto que tenía apretado entre mis dedos. Una leve risa escapó de entre sus labios, volviéndose más fuerte y descontrolada con cada paso que acortaba la distancia que nos separaba—. Mi amor, mi amor, no hagamos esto más difícil.
Cuando estuvo a menos de un metro de distancia de mí, y la luz de las velas lo iluminó, realmente conocí lo que era tener miedo. Las mangas de su suéter y la piel de sus manos estaban cubiertas por un líquido color escarlata: sangre.
—¡¿Qué mierda hiciste?! —Grité al borde del colapso. Mi visión se tornó borrosa debido a las lágrimas.
Frente a mí se encontraba un monstruo de hermosa apariencia, pero de terribles deseos. Debido a la impresión que el aspecto de Eduardo me causó, el trofeo se resbaló de mi mano y cayó al suelo con fuerza.
—¡No te acerques! —Advertí cuando el chico que estaba atado al otro extremo de mi hilo avanzó un paso más cerca.
—Tranquilízate, por favor —pidió como si estuviese hablando con una lunática. Su capacidad de controlar y engañar a las demás personas siempre le había funcionado, pero conmigo ya no tenía efecto, no después de tantos años a su lado—. Vamos Emily, olvidemos todo esto. Te amo, y sé que tu también me amas. —Eliminó la distancia que nos separaba y me abrazó—. Huyamos de Jorak. No hay necesidad de ir al juicio el lunes, simplemente vayámonos de aquí para comenzar una nueva vida y ser felices, ¿qué dices?
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Legado rojo I: Atada al peligro
ParanormalLa creencia dice que un hilo rojo conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, a pesar del tiempo, del lugar y las circunstancias; el hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca llegará a romperse. En Jorak, todos los nativos conocen a la...