Capítulo VII

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Jessica empezó a tamborilear sobre mi pupitre, atenta a cada una de mis palabras, mientras Fernanda pintaba las uñas de sus manos con un esmalte color azul metálico. Ambas gemelas optaron por guardar silencio hasta que terminara de contarles mi extraña experiencia con Sandra y Mark, del día anterior.

 Les relaté acerca de su extraña belleza y la tétrica aura que los rodeaba, además de sus modales perfectos sobre la mesa y su manera tan amable de actuar. Personas así, en Jorak, eran un mal augurio, pues casi nadie estaba acostumbrado a que alguien fuese cortés sin esperar algo a cambio.

—Y gracias a mi madre y su enorme boca, Mark pasará por mí a la hora de la salida...

—¡Oh, un momento, detente ahí! —Interrumpió Jessica, con una sonrisa maliciosa tintando su rostro—. ¿Nos estás diciendo que este chico misterioso y atractivo te llevará a recorrer la ciudad?

—En realidad soy yo quién lo llevará a un recorrido —respondí inocentemente. 

Fernanda sopló sobre sus uñas, moviendo su mano de un lado a otro, para que su aliento ayudara a secar la pintura. Sus ojos se intercalaban entre la sonrisa malvada de su hermana, y mi rostro confundido.

—Estoy ansiosa por ver el rostro furioso de Eduardo, cuando le digas que no te acompañará a casa porque saldrás con un chico ardiente —arrastró la última palabra con un dejo de dramatismo. 

—Mark no es ardiente —imité su voz con torpeza. Golpeé el brazo de Jessica sin demasiada fuerza, y a cambio obtuve un empujón por parte de ella—. Y ya me encargué de Lalo, le dije que saldría con mi madre después de la escuela.     

—¿Tu madre no está ocupada con el diseño de unas oficinas? —Cuestionó Fernanda cuando comenzó a pintar su otra mano—. Podría sospechar, ¿no crees? 

—Él no sabe sobre el proyecto de mi madre, así que no debo preocuparme de nada —dije con suficiencia. Me puse de pie y choqué con el cuerpo de Aldair, quien me sujetó de la cintura para que no cayera—. Oh, lo lamento.

Me aparté de él, sintiendo el calor de mis mejillas rojas. El contacto de sus grandes manos, se sintió como una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo, causándome cosquillas. Me limité a sonreír, tratando de disimular el color más intenso que adquirió mi rostro cuando sus oscuros ojos se clavaron sobre los míos. 

—Descuida —respondió con voz ronca. Rascó la parte trasera de su cuello y rompió la conexión de nuestros ojos—. Me gustaría hablar contigo de algo... a solas —agregó con rapidez al percatarse de las miradas curiosas de mis amigas.

—De acuerdo —respondí mientras asentía con pequeños movimientos—. Vayamos afuera.

Sonrió con pereza antes de encaminarse fuera del salón. Jessica me sostuvo del brazo sin mucha gentileza, obligándome a que la mirara a la cara, la cual estaba embriagada de preocupación. Sus brillantes ojos verdes me analizaron de pies a cabeza antes de hablar.

—Recuerda que es un roto, y puede traerte problemas si te ven mucho tiempo con él. 

Me liberé con la misma brusquedad con la que ella me sostuvo, y correspondí a su gélida mirada.

 —Te recuerdo que es mi amigo desde la infancia, y me vale un carajo si es un mendigo o un rey. 

Ambas me miraron realmente sorprendidas, pues era la primera vez que llamaba a Aldair mi amigo, pero luego de que me ayudara en uno de los días más grises de mi vida, había decidido recobrar esa efímera amistad que tuvimos durante la primaria, antes de que todos los líos de los hilos rojos se inmiscuyeran en nuestras vidas, y terminaran por separarnos. 

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora