Capítulo XXIX

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El hilo rojo atado a nuestros meñiques izquierdos vibró.  

Una corriente eléctrica recorrió nuestros cuerpos.

Ambos gritamos. 

Una luz roja centelleante recorrió nuestro lazo.

Y explotó. 

* * *

El oscuro cielo sobre el bosque estaba adornado con pequeñas estrellas que brillaban con elegancia, acompañando a la taciturna luna que se escondió detrás de unas grisáceas nubes para no mirar la escena que daba lugar debajo de ella.

Me encontraba recostada sobre el mismo puñado de hojas donde hice mi petición a Quirmizi, la única diferencia era que por primera vez en la noche sentí frío. Todo mi cuerpo parecía estar congelado, pero una enorme tranquilidad me embriagaba. 

Levanté mi mano izquierda a pesar de que ésta se sintiera entumida y lágrimas de felicidad recorrieron mi piel cuando no vi nada atado a mi meñique. 

—Soy libre.

Y sentí una punzada en el pecho. 




Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora