Capítulo VI

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En mi hogar, los domingos por la tarde estaban reservados para comer en familia, y contar cómo nos había ido durante la semana, ya que el trabajo de mis padres los mantenía ocupados la mayor parte del día, y a veces sólo nos veíamos cinco minutos antes de ir a dormir.

Mi padre era un importante arquitecto, y su último proyecto estaba relacionado con las remodelaciones de los edificios de gobierno, por lo que estaba más ocupado de lo normal; y mi madre era una reconocida diseñadora de interiores, sin embargo, muchos menospreciaban su esfuerzo únicamente por ser extranjera, a pesar de que fuera excelente haciendo su trabajo.

La mentalidad de los nativos de Jorak, seguía siendo conservadora y, de cierto tipo, racista; pues muchos se rehusaban a entablar amistades con rotos, incompletos y, sobre todo, extranjeros. Aunque las nuevas generaciones cada vez iban cambiando su manera de pensar, y eran más tolerante respecto al estatus social de los demás.

Ayudé a mi mamá a poner la mesa, coloqué los manteles y cubiertos, mientras ella servía la comida en sus tan amados platos de porcelana. Aquél día comeríamos pollo con arroz y ensalada —la comida favorita de Mike—. Celebraríamos que mi hermano obtuvo una nota perfecta en sus exámenes finales, y para ello, mi madre también había preparado pastel de queso con fresas.

—Emily, no olvides colocar dos lugares extras —Gritó mi madre desde la cocina.  

¿Dos lugares extras? ¿Para quiénes? Lo medité durante varios segundos. Quizás mi madre me dijo que Mike invitó a algunos de sus amigos, pero lo había olvidado, así que ni siquiera me molesté en preguntarle. Mis padres disfrutaban de la compañía, y no dudaban ni en segundo en aceptar nuestras peticiones de invitar amigos a la casa.

Desenrollé otros manteles blancos sobre la oscura superficie de la mesa y coloqué los cubiertos en sus respectivos lugares. Extendí mi brazo para alcanzar uno de los vasos que se encontraban en el medio de la mesa, cuando mi hermano pasó por detrás de mí y me empujó con su larguirucho cuerpo, haciendo que mi estómago se golpeara con la orilla de madera.

—¡Hey! —Gruñí apretujando mi abdomen para intentar calmar el dolor—. ¡Fíjate por donde vas!  

—Y tú ten cuidado de no estorbarme —dijo con voz ronca, mirándome con intensa determinación. Las oscuras bolsas  debajo de sus ojos eran sinónimo de haber pasado la noche en vela, pero su semblante sombrío fue lo que más me intimidó—. Primero te entrometes en mi relación, ahora me estorbas cuando quiero pasar. ¿Qué sigue? ¿Prohibirme salir de la casa?

—¿Qué está ocurriendo? —Preguntó mi madre desde el marco de la puerta de la cocina. Limpió sus manos sobre su delantal blanco antes de caminar muy erguida hacia nosotros—. ¿Por qué discuten?

La mirada de mi hermano se clavó sobre mí de una manera amenazadora, y pude descifrar el significado de ella: si yo contaba acerca de su relación con Jocelyne, él se encargaría de hacerme la vida imposible.

—Mike es un torpe que no sabe caminar —dije entre dientes, conteniendo las inmensas ganas que tenía de hablar sobre el verdadero problema—. Eso es todo.

—Discúlpate con Emily —pidió mi madre, cruzándose de brazos para aparentar más autoridad.  

—Lo siento Em —arrastró las palabras y las hizo sonar aterradoras—. La próxima vez seré más cuidadoso con lo que haga.

Me dedicó una última mirada colérica antes de dirigirse a las escaleras y subirlas con grandes zancadas, para después azotar la puerta de su habitación lo suficientemente fuerte para que el candelabro de la sala temblara.

—¿Y a él qué le ocurre? —Cuestionó mi madre con una mueca de desaprobación.

—La pubertad, supongo —respondí encogiéndome de hombros.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora