Capítulo XXI

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La puerta blanca se manchó de rojo cuando estrellé mi puño derecho por décima vez. Los nudillos los tenía en carne viva, sangrando, pero el dolor no era impedimento para que continuara con mi desesperado intento por escapar de la habitación monótona en la que me encontraba atrapada. Ahí todo era de color blanco: desde las paredes, hasta la funda de la almohada de la cama blanca, la que tenía sábanas blancas, y estaba sobre el suelo blanco, incluso los barrotes de la ventana eran blancos. Por seguridad, no había nunca clase de objeto que pudiese ser utilizado para intentar escapar... o terminar con mi vida. Era como estar encerrada en la habitación de un manicomio. 

—Respira Emily, respira —dije en voz alta. Mi apariencia se acompasaba al lugar en donde me encontraba. Las manos las tenía aferradas a mi desordenado cabello, y mi mirada desorbitada comenzaba a teñirse con puntos de colores—. Respira... ¡Joder, respira! 

La velocidad de mi corazón estaba a punto de causarme un paro cardíaco, pero en esa situación realmente ya no me importaba morir. Estaba tan desesperada y asustada que la única salida visible para mi mente era en un sudario. Pero no podía rendirme así de fácil, no después de lo lejos que llegué. 

No podía abandonar a aquellas personas que amaba.

Entonces recordé que mis padres no sabían acerca de mi juicio ni de mi encierro. Ellos volverían hasta la mañana siguiente y... ¿se darían cuenta de que no estaba? ¿Alguien les avisaría? Ni siquiera mis amigos estaban enterados de que me encontraba en una habitación para locos. 

Mi única salvación era Mark, y esperaba, en serio deseaba, que no me fallara. Si el presentimiento de Aldair era certero, Mark sería un traidor que me delató con su padre y por eso me encontraba ahí, al borde de la locura y la muerte. Aunque mi mente, en ese momento, me hacía creer cosas estúpidas sin sentido. 

—Si salgo de aquí con vida —dije aún como si estuviese hablando con alguien—, lo primero que haré será comerme una pizza de doble queso. —Lo medité durante algunos segundos—. O follar hasta que muera.

Comencé a reírme de una manera psicótica. Era gracioso, no quería morir a manos del gobierno, pero quería morir entre las sábanas con algún chico que supiera follar. ¡Qué divertido!

—Maldición Emily, cállate de una vez. —Me abofeteé con mi mano derecha, a pesar de que mis nudillos ardieran por los golpes anteriores—. Me estoy volviendo loca.

Miré la mancha de sangre de la puerta. No conseguiría nada con mis golpes de niñita, debía de haber alguna otra forma de romper el único obstáculo que me separaba de mi libertad. Inspeccioné la habitación con la mirada, y de nuevo concluí que ningún objeto me serviría para algo. Se habían tomado las suficientes molestias de retirar cualquier posible arma. Hurgué en mis bolsillos por milésima vez y no encontré nada, otra vez.

Estaba atrapada.

—Por favor, alguien ayúdeme. —Una lágrima recorrió mi mejilla hasta perderse sobre mis labios—. Quien sea. 

Como si el dios del destino hubiese escuchado mis súplicas, la gruesa puerta se abrió lentamente. Un rayo de esperanza cruzó mi pecho, pero cuando las cuatro siluetas se hicieron visibles, sentí que todo a mi alrededor comenzaba a destruirse con explosiones que calcinaban mi piel y huesos. 

Frente a mí estaba el presidente Essien, dos guardias uniformados, y un civil ataviado con un traje negro muy elegante y lentes oscuros a pesar de estar en el interior. 

Retrocedí varios pasos hasta que mis piernas chocaron con el frío metal de la base de la cama. Los hombres se adentraron a la habitación; el presidente por delante del resto, y ellos a su vez con los brazos cruzados a modo de sutil indiferencia hacia mi persona. 

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora