Capítulo XIX

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El mundo se quebró en millones de pedazos. O tal vez no. Creo que no fue el mundo. Creo que fue mi cordura. 

Todo se volvió borroso cuando caí de rodillas sobre las frías baldosas. El simple papel que condenó mi existencia escapó de mis manos y voló libre gracias al frío viento que penetró hasta lo más profundo de mi ser. Escuché el grito de auxilio por parte de Fernanda, quien se hincó a mi lado y me sujetó por la cintura para que no cayese. 

Manchas de colores centellaron frente a mis ojos, pero alcancé a distinguir la silueta de Aldair que llegó corriendo hasta nosotras. Su respiración agitada se acompasó a los acelerados latidos de mi corazón que parecían estar a punto de quebrarme las costillas. 

Fernanda se hizo a un lado para permitir que Aldair me sostuviera. 

—¿Pero qué mierda ocurrió? —preguntó al borde de la histeria.

—Un caso —respondió Fernanda entre sollozos.

—¡¿De qué estás hablando?! —Aldair deslizó uno de sus brazos por debajo de mis rodillas y con el otro me rodeó los hombros para poder levantarme.

—Eduardo... Eduardo la descubrió. —Mi amiga chilló con más fuerza—. ¡Tendrá un puto juicio!

Por unos instantes el agarre de Aldair sobre mi cuerpo se aflojó y estuvo a punto de dejarme caer al suelo, pero consiguió recuperar su postura y sujetarme.

—Ella... —No pudo terminar su oración.

En Jorak, un caso era como si un terremoto estuviese a punto de acontecer en la ciudad; todos se volvían locos, los periódicos imprimían la noticia en primera plana, las redes sociales se llenaban de exageraciones, y los ciudadanos rezaban al dios que les dio la vida.

Los pocos casos que se habían llevado a cabo en la ciudad, siempre terminaban de la misma manera: encerraban a la pareja en una casa, prohibiéndole la salida al traidor, y el perjudicado podía tomar las medidas que creyese convenientes para educar a su pareja y hacerle ver que no debía ir en contra de la naturaleza del hilo rojo.  

Nadie, en su sano juicio, daría motivos para que se llevase un caso en su contra, y menos por las dos leyes que infringí, puesto que era como un insulto al mismísimo Quirmizi y a sus dones celestiales.

Mi destino se estaba escribiendo a una velocidad impresionante. ¿El final? Pasar el resto de mi vida en cautiverio junto a Eduardo.

A menos que...

—Moord... —susurré en voz imperceptible—, Moord me dijo cómo romper el hilo.

—¿Qué dijiste? —Preguntó Fernanda, aún llorando.  

—Sé cómo romper el hilo.

Observé las expresiones sorprendidas de mis dos amigos. Los ojos escarlata de Fernanda adquirieron un brillo de esperanza, lo que significaba que ella apoyaría la decisión que tomara. Sin embargo, Aldair tragó saliva y forzó a las comisuras de su boca para que formasen una sonrisa.

Y todo se desvaneció.

* * *

Quiero jugar un juego contigo.

Quiero que me digas cuántos amigos tienes.

Cuéntalos con los dedos de tus manos.

No puedes, ¿cierto? Es porque corté todos tus dedos.

¿Sabes lo que eso significa?

¿No?

En esta vida nadie tiene amigos.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora