Capítulo 8

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Los almirantes invitaron al coronel y a su tripulación a acompañarles hasta el centro de mando. Una vez allí vieron como varias naves de guerra quarianas se dirigían hacía un objeto lejano que posiblemente era la nave hostil. Estaba demasiado lejos para verla con los ojos. Pero los datos del radar eran precisos.

Era del tamaño de un crucero. Posiblemente más grande que cualquier otro que hubiera visto. Pero nada comparado con la Ascensión del Destino. Alrededor de cinco naves quarianas se acercaron a la nave invasora. Eran cuatro fragatas y un acorazado. Los quarianos tenían una buena flota naval.

El acorazado se quedó a varios cientos de kilómetros, pero a la distancia suficiente para disparar los cañones y que hicieran blanco sin problemas. Las fragatas se acercaron mucho más. Era una suerte que los quarianos no tuvieran problemas en que aquellos humanos presenciaran maniobras de guerra. Parecían totalmente ingenuos.

Las fragatas dieron varios rodeos y sobrevolaron en todas direcciones la nave hostil, aunque esta parecía no percatarse de su presencia. El coronel no conocía las maniobras quarianas, pero supuso de que se trataba de algún tipo de aviso. Otros agresores sin duda hubieran cambiado el rumbo, pero este no era el caso. Los tripulantes de dicha nave eran muy obcecados.

Las fragatas volvieron a repetir la maniobra pero esta vez, una de ellas abrió fuego en el casco de la nave. Nada intenso, lo suficiente como para que la tripulación se diera por aludida y vieran que iban en serio.

Pero la reacción no fue la esperada.

La nave hostil se paró.

Era rectangular, como el convoy de un tren. Todas las láminas laterales que cubrían la nave se desplazaron. En su lugar aparecieron hasta treinta cañones y estos empezaron a disparar sin contemplaciones. Las balas eran pequeñas del tamaño parecido a un vaso de agua. Pero tal era la cantidad que a las fragatas se les hacía terriblemente difícil esquivarlas. Una de ellas fue alcanzada con la primera ráfaga, las otras tres tuvieron más suerte y la esquivaron colocándose en lo que posiblemente sería el punto muerto de los cañones.

Los quarianos en el centro de control lamentaban la perdida de la fragata. Parecía que cada muerte quariana era un dolor que llevaban todos en su interior.

Uno de los almirantes cuchicheo algo cerca de un operador y este transmitió la orden. Las fragatas a continuación torpedearon la nave. Pero esto pareció enfurecer la nave hostil. Que ataco sin piedad con los cañones a la vez que sorprendía con un extraño haz de luz que partió a la mitad una de las naves quariana y reventó parte del fuselaje de otra, que se tuvo que retirar.

—Misiles nave a nave— ordenó uno de los almirantes—. Que los disparen todos.

El acorazado rápidamente disparó una lluvia de misiles perforantes. Al menos eran veinte los que salieron en dirección a la nave invasora. El coronel jamás había visto tal cantidad de misiles. Tan solo uno de esos torpedos era capaz de destruir y perforar el casco sin ningún impedimento. Ni que decir de una veintena. Posiblemente haría trizas al invasor. Ninguna nave podría con aquello. Tendrían que retirarse a velocidad MRL para evitar la desintegración.

Cuando hubo llegado la lluvia mortal, la nave hostil se defendió con los cañones, logró destruir una docena de misiles pero al menos diez de ellos impactaron contra ella.

Pero allí seguía la nave hostil, aparentemente sin ningún daño.

Y ahora avanzaba hacía el acorazado quariano. De uno de los extremos de la nave invasora, apareció un cañón rustico y gigante que hizo un solo disparo.

A los treinta segundos el impacto había alcanzado el acorazado quariano provocando grandes daños. Pero no había sido suficiente como para destruirlo. Todavía estaba en pie.

Mass Effect: The old arkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora