Esa noche nos demoramos en la previa, entre wiskis y habanos y no pudimos entrar al boliche. Estábamos lejos y con todas las ganas de bailar del mundo, afilados y perfumados. Volvimos hacia la ciudad con Hernán y Mario y entramos en el tugurio de mala muerte ubicado en pleno centro.
La noche ya no estaba en pañales y no había tiempo que perder, así que apenas entré me di una vuelta para ver qué se veía. Más allá de que amo la noche y me considero un ser nocturno, debo reconocer que hace tiempo me cansaron los boliches. Prefiero conocer gente en bares o fiestas, lugares más relajados donde gente de mi edad ronde. Con 32 años no me siento cómodo en estos lugares... menos donde estábamos.
Mucho personaje exótico y dark para mi gusto, por lo que decidí encaminarme hacia la barra y terminar la noche con un buen ron con Coca. Entonces la vi de perfil.