Sol gritaba y pedía más y más, yo le apretaba las caderas y entraba en ella hasta que sus cachetes topaban contra mis piernas, los gemidos de doloroso goce que emitía su dulce voz eran como música para mis oídos. Le levanté una pierna e hice que la ponga flexionada sobre el respaldar del sillón, dejándola completamente abierta y dándome lugar para entrar más profundo. Tuve que bajar el ritmo porque la rubia sintió mi verga demasiado duro, hasta que nuevamente todo estuvo dilatado para el placer. Los gritos inundaron el departamento, estaba llegando hondo, a fondo, fuerte, violento contra ella. Sentí que mucho más no iba a aguantar, así que con mis manos comencé a acariciarle el clítoris para no dejarla con las ganas. ¡La nena tenía que cobrar su merecido!