Un par de minutos después ya no daba más, cuando la sacaba un poco podía verla sensualmente abierta para mí, ardiente y oscura. Continué mi trabajo manual y cuando sus gritos se convirtieron en un gemido continuo le di con toda la fuerza que me quedaba. Llegamos juntos, exploté en lo más profundo de Sol, colmando todo su cuerpo, mientras le acariciaba la pelvis para que disfrute tanto como yo. Era tanta mi excitación que rebalsé la cola de Sol chorreándola hasta los gemelos. Ella reía y suspiraba agitada. Esa siesta me di cuenta de que no había mucho para enseñarle a Sol y fue la primera de cientos de clases que tuvimos juntos.