8 días antes: parte 3

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—Señor James, ya puede pasar —le informa la enfermera.

Theo se para del sofá. Se frota los brazos ligeramente y entra a la pequeña habitación de el hospital, donde se encuentra Shailene. Respira profundo y se acerca a él escritorio, para saludar a el especialista.

—Puede tomar asiento.

Sigue sus indicaciones y se sienta en las silla. Le da una mirada a Shailene. El sarpullido ha empeorado. Ahora no sólo se encontraba en sus brazos o cuello, sino también por su rostro. Tenía unos guantes puesto, como eso que se le ponen a los recién nacidos solo que eran del tamaño ideal para sus manos.

—Ya he chequeado a su esposa y parece que tiene dermatitis.

Theo no se molesta en corregir al doctor, simplemente asintió. Voltea a ver a Shailene preocupado. Lo que fuera dermatitis sonaba grave

El doctor observó las caras de preocupación de ambos y sonrió.

—Descuiden, no es grave. Dermatitis es un trastorno cutáneo causado por la reacción al contacto de una tela en piel sensible, como Shailene. Este trastorno requiere de una fina delicadeza para su curación. Tardará varios meses en que se cure si siguen la dieta y medicamentos que he escrito en la receta.

—Pero... ¿No se puede quitar más rápido? Necesita estar perfecta dentro de 8 días y contando.

—Me temo que no.

Y piensan que es el fin del mundo. Pero ciertamente eso no es lo peor. Lo peor es que, casualmente, Ruth y Shiloh se encuentran en el mismo piso del hospital. Exactamente en frente de la habitación que Shailene y Theo se encuentran, Ruth y Shiloh están presentes.

—Lo lamento tanto —se acerca la doctora, zarandeando levemente el hombro de Ruth.

—Gracias por todo, doctora —Shiloh le lanza una mirada triste a ella.

—Les dejaré un momento a solas.

Con eso la doctora sale de la habitación. Ahora sólo lo que se puede escuchar en ella son los llantos desesperados de Ruth Kearney.

Shiloh se acerca con cautela a la chica que se encuentra llorando en aquel sillón marrón. Sin duda Shiloh nunca se había imaginado que se encontraría en esa situación. Es una en un millón y la suerte lo había escogido para vivirla, si es que al menos existía la suerte. Sin más, se aproximó a ella y se sentó a un lado suyo. El llanto de Ruth había cesado, ahora se encontraba calmada, centrando la vista en la salida de la habitación. Sin embargo, su calma no duró del todo.

—Hoy he perdido a mi hijo —apenas logra pronunciar Ruth —. Ni siquiera logre conocerlo, pero sé que sería el bebé más encantador que hubiera visto en mi vida. Tal vez fue mejor que esto hubiera pasado, no hubiera sido una gran madre. Tal vez el karma está echado en el suelo, muriéndose de risa por mi desgracia — suelta una carcajada triste —. Las malas del cuento no tienen finales feliz, ¿eh?

Ruth se calla. Shiloh la voltea a ver, frunciendo el ceño. Examina su cara y nota la ansiedad en ella. Aparta su vista y la centra en el mismo lugar en donde Ruth mira: la puerta. Shiloh bufa con decepción.

—No existe los finales felices, Ruth —Shiloh sacude su cabeza —. Si fuera así, ¿no crees que la vida sería mucho más fácil?

Ruth suspira.

—Gracias por el apoyo deprimente.

Se levanta en dirección a la puerta. Coloca su mano en la perilla y la gira levemente, cuando una mano jala de su brazo e interrumpe su acción. Shiloh la junta a él. Coloca sus manos alrededor de sus brazos y la mira seriamente. Debido a la estatura de Ruth, Shiloh tiene que inclinar su cabeza y ella tiene que alzarla. No están demasiado cerca, pero sí más de lo normal.

Little intruderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora