•Capítulo nueve.

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9.

La felicidad es un sentimiento efímero.

Alec se encogió de hombros frente al espejo de cuerpo entero, analizando el conjunto que llevaba puesto, vaqueros sencillos y un suéter color azul marino sobre su camiseta de manga corta gris, sus botas de combate rematando. Temprano esa mañana había aparecido una carta sobre la barra del desayuno, tenía el sello de la Clave y como destinatarios Alec Lightwood y Jonathan Morgenstern, no sólo Jonathan, sino ambos; las mejillas de Alec se habían coloreado ligeramente, tomó el sobre entre las manos y lo abrió cuidadosamente, revelando una carta oficial despachada desde la oficina de la Cónsul, en Idris.

Un suave toque en la puerta de su habitación lo sacó de su trance.

"¿Alec? ¿Ya estás listo?" Preguntó el rubio. Alec asintió con la cabeza, sintiéndose tonto al recordar que Jonathan no podía verlo, y exclamó:

"¡Bajo enseguida!"

Su mirada se desvió hacia la ventana por un segundo, el sol había caído sobre Queens, indicando el paso de la noche en la ciudad. Su confinamiento había concluido ése mismo día, según las últimas líneas de la Cónsul, por lo que Jonathan había sugerido salir a celebrar su recién estrenada libertad. Alec bajó las escaleras de cristal en un minuto, situándose junto a Jonathan frente a la puerta de entrada del apartamento, y le dio un repaso discreto. El rubio iba vestido casualmente, justo como él, de vaqueros raídos y camiseta negra manga larga, aunque llevaba un abrigo caqui por encima, y un pañuelo rojo de seda que le daba un aspecto más estilizado; de pronto, Alec se sintió mal vestido.

Jonathan se giró hacia él, alzando una ceja.

"¿No vas a abrigarte?"

Alec se encogió de hombros, masticando su labio inferior.

"La verdad no empaqué muchas cosas cuando vine aquí, ni siquiera tengo un segundo par de pantalones." Dijo, bastante avergonzado.

El rubio sacudió su cabeza, abriendo el armario de pared y adentrándose en él, Alec lo escuchó refunfuñar un par de cosas en voz baja, pero como no sonaba enfadado lo dejó pasar; Jonathan regresó a su lado sosteniendo un abrigo marrón claro, que contrastaba a la perfección con su suéter y pantalones oscuros, se lo tendió en las manos.

"Aquí tienes. Tendrá que ser suficiente por lo menos hasta mañana, iremos de compras." Decretó, en voz de mando, entregándole una bufanda de lana.

Inmediatamente negó con la cabeza, sus mejillas enrojeciéndose.

"Yo... no creo. No me he traído nada de dinero conmigo y definitivamente no te dejaré pagar por mi ropa." Dijo Alec, saliendo al pasillo antes que él.

Bajó las escaleras hasta el vestíbulo, en donde esperó pacientemente por el rubio, que bajaba con mucha lentitud, sin prisa alguna. Al llegar junto a Alec, lo miró un segundo antes de comenzar a caminar a su lado por la acera.

"¿No tienes una cuenta donde guardes tu dinero propio?" Le preguntó, con genuina curiosidad, pateando una lata vacía fuera de su camino.

Alec se le quedó mirando, sin saber qué decirle, a lo que Jonathan procedió a explicarle:

"Me refiero, a que es extraño que aún dependas de tus padres de manera monetaria, siendo que ya eres un adulto y dirigiste un instituto durante un par de semanas." Al ver el rostro interesado de Alec, continuó hablando. "La Clave remunera a todos los cazadores de sombras mayores de dieciocho años, es una suma miserable comparada con la de los miembros más mayores, pero si ejerciste la dirección de un instituto deberías tener un par de miles de dólares como mínimo."

Segunda oportunidad. {Jonalec}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora