•Capítulo catorce.

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14.

Hasta el final.


Clary agradeció a Jonathan con una media sonrisa, tomó la taza de cerámica entre sus manos y volvió a recostarse contra los almohadones de su cama. La habitación que Jonathan había acomodado para ella era bastante cómoda; tenía el tamaño de la mitad de su anterior departamento en Brooklyn, un par de ventanas anchas y un armario que nunca llegaría a llenar de ropa. La cama era alta, tanto, que debía dar un pequeño brinco para poder subirse a ella, y estaba ataviada con sábanas rojas de seda y un dosel.

La cama se hundió bajo el peso de Jonathan, el rubio se sentó junto a Clary y le colocó una mano sobre la frente. Frunció el ceño.

No tienes fiebre, es muy raro. ¿Te duele algo más, la cabeza, quizá?

Clary negó con la cabeza.

Sólo las náuseas y el malestar estomacal.

Jonathan asintió. Le dejó un par de libros sobre la cama, algunos de texto para su siguiente lección con Alec y otros de literatura, un vaso con agua sobre la mesilla de noche y el teléfono celular a mano. Le dijo que no quería verla fuera de la cama en todo el día, y tras asegurarse de que estaba profundamente dormida, salió de su habitación. Evitó su propia habitación en el tercer piso, sabía que Jace estaba con Alec y sabía exactamente lo que estaban haciendo; con un nudo en la garganta abrió la puerta que se encontraba junto a la bodega de los vinos y se dispuso a descargar todas sus frustraciones por lo que restaba del día.

Mientras tanto, dos pisos más arriba una pelirroja se quedaba pálida ante un importante descubrimiento, y un piso más arriba de ése, el hombre que amaba se deshacía entre gemidos y sollozos bajo el cuerpo de otro.

***

Dejémonos de rodeos, Jace, y hagámoslo de una vez por todas. Ésas habían sido sus palabras exactas nada más entrar a la sala de armas.

Jace, en pantalones deportivos y sin camisa (¿por qué todos entrenaban sin camisa?) se giró hacia él, y tras comprobar que no se trataba de una broma sino de una propuesta totalmente seria, le había tomado de la nuca y le había devorado la boca con experiencia. Alec había enredado sus dedos entre las finas hebras doradas de su cabellera, le había rodeado las caderas con los muslos cuando éste lo alzó y le había mordido el labio inferior en un acto de osadía. La camiseta de Alec había sido lanzada hacia algún rincón junto con sus pantalones y la ropa interior de ambos, y habían acabado haciendo un peligroso 69 en medio del suelo. Alec sobre Jace, intentando no ahogarse con el magnífico eje del rubio, y éste explorando más de él mediante una lengua traviesa adentrándose en un canal apretado.

Después de lo que parecieron horas de orgasmos y orales, recogieron sus ropas y se las pusieron nuevamente para cruzar el pasillo hacia las escaleras que daban al tercer piso. Una vez en la habitación del moreno, la temperatura había comenzado a subir, y como consecuencia, las capas de ropa se habían tornado innecesarias.

Alec jugó con sus dedos nerviosamente, sin querer observar como su parabatai rebuscaba entre los cajones por lubricante y un preservativo; unos minutos antes se lo habría puesto él mismo, pero ahora que su mente estaba menos nublada con el deseo, estaba cayendo en la cuenta de que después de esto no habría vuelta atrás.

Alecmusitó Jace, tomando su rostro entre las manos.

Sus ojos estaban fijos en él, brillantes y lujuriosos y anhelantes, pero con una cierta reticencia a continuar sin que su parabatai estuviera de acuerdo. Alec suspiró y le besó los labios cortamente, abriendo las piernas lo más que podía para que se pudiera alojar allí. Los ojos claros de Jace se oscurecieron, tomó a su parabatai por las caderas y se adentró en aquella aterciopelada cavidad sin previo aviso.

Segunda oportunidad. {Jonalec}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora